Una paleta de colores reducida como ella sola y unas mecánicas sencillamente acojonantes son los ingredientes de un mejunje maravilloso llamado Downwell. Un juego que es simple como el mecanismo del cerebro de nuestro amado Rajoy pero que a la vez resulta difícil de dominar, como los andares de Kirkis y servidor cuando llevamos 7 cubatas. Una indiegencia que lo parte sin muchos alardes, siguiendo la estela de las partidas cortas generadas aleatoriamente que tantas pajas están dando obras como Nuclear Throne.
