Lejos queda el tiempo en el que existía cierta camaradería entre los amantes de los videojuegos. Éramos menos compartiendo afición y por ello hacíamos piña, respetando los gustos ajenos, compartiendo videojuegos y sistemas. Pero ese tiempo ha pasado. Ahora los videojuegos son un gran negocio que mueve millones de euros y su público ha pasado de una minoría de chavales a casi toda la población infantil, adolescente y gran parte de la adulta. Basta echar un ojo a cualquier modo o juego online para ver que la autodenominada comunidad gamer tiene un porcentaje importante de hijos de puta. Y, como es de esperar, siempre habrá alguien que quiera sacar tajada.
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