El domingo 26, último día de la jam, llegué al Polo de Contenidos Digitales a eso de las siete y cuarto de la mañana. Atravesé la entrada en mitad de un más que comprensible silencio, pues la noche anterior se había estado jugando al bingo —y quizá también programando— hasta las tantas de la madrugada. Entré al comedor y empecé a preparar la mesa para el desayuno mientras me hacía el primer café de la mañana. En ese marco tranquilo, casi liminal, entró una persona a la que no conocía y con la que nunca había hablado, una participante de la jam. Los siguientes 20 minutos los pasé conociendo a Juno, una joven mucho más lista que yo (se ha pasado el Obra Dinn), que me recordó, una vez más, por qué me apasiona tanto el trabajo que desempeño en MálagaJam.
