Tarde o temprano, a todas las personas a las que nos gusta leer terror leemos a Lovecraft. Es inevitable. La narrativa más habitual es que el pobre diablo escribía considerablemente mal, y era tan racista que se inventó una cosmología, varias ciudades, y media docena de especies alienígenas solo para despotricar de la gente con un tono de piel distinto al suyo y así poder desfogarse. Es cierto. Yo, que leo igual de mal que juego, no sé juzgar si escribía bien, pero sí sé que racista era un rato, porque he leído algunas de sus cartas escritas en 1936 y son como para tirarle de cabeza a un pozo. Por suerte, hace años que la obra de Lovecraft, como si de Shub Niggurath se tratase, engendra productos culturales riquísimos que consiguen alejarse de su mirada original. Dreams in the Witch House es uno de ellos.
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