Reconozco desde pequeño he sentido una extraña fascinación por lo cutre y la serie B. Me encantaban las películas malas, con monstruos de plástico y maquillaje de todo a cien, me partía el culo viendo las cremalleras de los disfraces de los monstruos en BioMan (el antecesor de los Power Rangers) y me disfrutaba recreándome en esos viejos expositores de casetes de las gasolineras. Quizás por eso, no me ha costado demasiado asumir el rol de “el de los juegos malos” en El Píxel Ilustre. Pero últimamente me he dado cuenta que jugar de vez en cuando a un juego malo puede ser beneficioso para la salud del jugador medio.
