Y si... los arcades siguieran llevando la batuta

Escrito por en Artículos - 27 octubre, 2011

Como aficionado a los videojuegos, hay pocas cosas que me den más pena que pasearme por un “salón recreativo” actual y ver que esos Templos al Píxel de mi niñez se han convertido en tómbolas donde los poligoneros consiguen peluches en forma de conejito de Playboy para impresionar a sus teñidas novias. La diferencia entre los sistemas domésticos y los arcade ya no existe y no tiene sentido ofrecer a la gente pagar más por lo mismo que puede tener en casa… Pero yo me pregunto… ¿qué pasaría si los Arcades aun fueran lo último en videojuegos?

Hasta la llegada de los 32-64 bits, la diferencia entre lo que encontrábamos en los recreativos y lo que podríamos jugar en casa, en nuestras consolas u ordenadores, era un trecho bastante grande. Y todos lo sabíamos y lo asumíamos: al comprar un juego basado en una máquina éramos conscientes que solo tendríamos algo que se asemeja al original, más o menos, hasta el punto de poder llevarnos auténticas decepciones en forma de cassette o cartucho. El “tope de gama”, los mejores gráficos, los mejores juegos solo estaban a nuestro alcance en los salones a 25 pesetas la partida (o más).

 

Nunca aspiré a tener algo tan bonito corriendo en mi MSX

La influencia de los arcades era tal que, salvo algunas excepciones, el resto de juegos imitaba la mecánica de las máquinas: contadores de vida, puntuaciones, “continues” y, sobretodo, una dificultad titánica donde completar un juego con solo una moneda era algo solo realizable por los más diestros a los mandos. Así lo vivíamos también en casa, donde acabarse un juego no era cuestión solo de paciencia como lo es ahora.

Échale «paciencia», a ver si te lo pasas…

Pero los videojuegos han evolucionado mucho desde entonces, los elementos narrativos han tomado mucha importancia en detrimento al subidón de adrenalina que suponía la mecánica arcade: imaginaos el stress que podría ocasionar llegar a la última transformación del último jefe de la última pantalla con la última vida de la última partida que puedes echarte con tu paga semanal de 200 pesetas ¡1,20 € chavales! Dadle esto para pasar la semana a un nene de hoy en día y seguro que os denuncia por maltrato infantil…

 

Y que el último monstruo tuviera una ballesta y una silla de ruedas de competición, ya ni te cuento…

Poco a poco, veo como van desapareciendo los elementos que marcaron los videojuegos de mi infancia; primero fueron los “continues” limitados y los marcadores de puntuación. Después se fueron los contadores de vidas y con ellos el ítem más deseado de cualquier videojuego: la Vida Extra, ese pequeño suspiro con el que amortizábamos más nuestro dinero… Y los límites de tiempo… ¿Recordáis la agonía que era ver subir las aguas en Rainbow Islands o el terrorífico mensaje HURRY UP!!!? Después, la pantalla de Game Over… Seguro que lo siguiente en desaparecer va a ser la barra de vida… Total, se vuelve a llenar si nos ponemos un rato a la sombra. Y eso sin hablar de la escasa dificultad de los juegos actuales, que todos andamos lloriqueando por lo difícil que es Dark Souls ¿Cuándo nos transformamos en nenes malcriados que quitan el juego y no quieren jugar más si no se lo pasan a la primera?

 

Nunca los arco iris habían sido tan járcors

¿Cómo serían los juegos si los arcades siguieran marcando el camino? Seguramente, no nos bastaría con 8 o 10 horas para acabarlo, deberíamos tener un poco más de paciencia y pericia para finalizarlos y, eso sí, más difíciles. ¿Y estaríamos mejor que ahora? No lo creo, pero soy absolutamente feliz cuando veo algún destello arcade en los juegos actuales, algo que me recuerda con qué empecé a amar los videojuegos y que 25 años después de la primera vez que metí en una máquina una moneda de 25 pesetas, de las grandes, las que llevaban aún la cara de Franco. No recuerdo cual fue, pero sí estoy seguro que me gustó. Si no, no estaría escribiendo esto.

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