La Paternidad Ilustre

Jugando con papá

Escrito por en Artículos - 24 agosto, 2023

Sí, señoras y señores. Como escribió Andresito, hemos vuelto a casa. Si todo continuara igual que hace 10 años hubiera respondido a su llamada como si fuera la Almenara de Gondor, buscando un juego regulero entre mi colección o pillando el de Gollum en el Mercadillo Ilustre para deleitaros con un análisis C2C. Pero durante estos años de inactividad ilustre, la vida ha seguido su curso e, inevitablemente, hemos cambiado. Me avergüenza no poder ofreceros lo que antes os daba… Me han arrebatado mis consolas…

Bernat nació en 2015. Recuerdo estar jugando a Bayonetta 2 mientras él dormía la siesta a mi lado. Esperaba que esa WiiU contara con un catálogo a la altura de Nintendo para cuando tuviera edad para coger un mando. Me equivoqué. Me equivoqué mucho. Biel nació en 2018. El 1 de enero de 2018, para ser más exactos. Aprovechamos la coyuntura navideña para que los Reyes Magos trajeran a casa un iPad para mamá y una Switch para papá. Esa Switch ya no me pertenece.

Poco a poco, notaba como mis hijos se interesaban por esos monigotes que salían por la tele cuando papá se sentaba en el sofá. Les sorprendía apretando algún botón o moviendo los joysticks cuando no miraba. Hasta llegué a pensar que llevaban el Arcade en la sangre cuando metieron 25 céntimos en el lector de la PS4. El confinamiento de 2020 fue el pistoletazo de salida para que dejara a mi hijo mayor empezar a coger confianza con el mando.

Fue con esa Switch navideña, que hasta entonces había sido solo para mí, y el fabuloso plataformas Rayman Legends con el que empezamos a jugar juntos. Él moría y se despatarraba de risa viendo morir a los personajes, mientras yo intentaba avanzar en el juego. Así teníamos más fases para elegir. Poco a poco, Bernat fue cogiendo soltura y gusto por la canción «Black Betty» de Ram Jam, que para él sigue siendo la canción del Castillo Rockero.

El siguiente escalón fueron los videojuegos de Lego. Vidas infinitas, cooperativo local, humor facilón y cientos de muñequitos para desbloquear resultan ingredientes ideales para disfrutar con los más pequeños de la casa. Da igual nos hacemos el superhéroe con los personajes de Marvel y DC, si repasamos la filmografía de Pixar encarnando a la familia Parr de Los Increíbles, huimos de dinosaurios en Parque Jurásico o aprendemos artes marciales en la ciudad de NinjaGo… Todo vale. Horas y horas destruyendo escenarios, montando y desmontando cachivaches y recogiendo fichas para desbloquear todo lo desbloqueable y notar como el afán coleccionista de tu hijo se le sale por los poros… Los dos millones y medio de piezas que recolectamos para conseguir a Thanos en Lego Marvel Avengers dan fe de ello… ¡No paramos hasta conseguir el platino!

Entonces yo era el Player One y él el Player Two. Cuando no compartíamos un juego, él se dedicaba a deambular por mis partidas acabadas de Super Mario Odyssey o del remake del Zelda-Link’s Awakening, solo por el mero placer de explorar y jugar. Pero sucedió lo inevitable y Biel, el pequeño, empezó a interesarse en las maquinitas.

Las pasadas navidades, para sorpresa de todos (mamá incluida), los Reyes Magos trajeron la PS5 a casa. Hasta entonces, la experiencia de mi hijo menor en el ocio electrónico se limitaba a apps de alimentar gatitos, pintar con los dedos y ver el video de Baby Shark en bucle. Pero ver como aparecían Bob Esponja y Patricio Estrella en la tele mientras se instalaba el sistema fue el estímulo que necesitaba para agarrar un mando. Por eso, el juego que estrenó esa PS5 no fue God of War: Ragnarok, Horizon-Forbidden West ni Elden Ring… Fue Nickelodeon All-Star Brawl.

En esa PS5 mis hijos han hecho otro gran descubrimiento: Astro’s Playroom. El juego de ese simpático robot ha resultado ser una herramienta estupenda para familiarizarse con el mando, además de un repaso alucinante a la historia de Play Station. Aunque en este caso solo he ejercido como espectador, cada vez que hallaban robots con disfraces de otros juegos me preguntaban «Papá ¿qué juego es éste?» y yo les explicaba mis batallitas sobre esa mantarraya o ese dinosaurio tan mal hecho que aparecía como enemigo final. Me encanta ver cómo tienen curiosidad acerca del mundillo y sus personajes y que los juegos no sean solo algo con lo que pasar el rato para olvidarse de ello cuando la pantalla se apaga.

Cuando estaba a punto de adoctrinar a mis hijos con Lego Star Wars, con la esperanza que así iban a apreciar más mi saga fantástica favorita, llegó el mes de abril y el suceso que lo cambió todo: la película de Super Mario Bros. Era la tercera o cuarta vez que Biel iba al cine pero era la primera vez que no se dormía o se aburría a media película… Con la peli de Super Mario ni parpadeó. Desde ese momento, Nintendo es su Dios y Super Mario su profeta, aunque él se identifique con Luigi porque también es «el hermano»

Al volver a casa, hubo carreras para coger la Switch y ponerse otra vez con Super Mario Odyssey. Estamos en agosto y seguimos ahí: Super Mario 3D World, New Super Mario Bros U-Deluxe, Luigi’s Mansion 3, Mario Kart 8… La familia del fontanero está acaparando casi todas las horas de juego desde entonces. Mi papel se reduce cada vez mas a ser mero espectador o un árbitro en momentos de conflicto, aunque siempre hay momentos para partidas a tres con ellos, sea recorriendo el Reino Champiñón o en frenéticas carreras de karts. Poco a poco noto que su destreza va mejorando y los momentos de «Papi, pásame esto, que me matan mucho» son cada vez menos frecuentes. Mis polluelos están aprendiendo a volar, y eso en parte me da miedo.

Para mis padres, los «marcianitos» eran casi una droga peligrosa que licuaba el cerebro y que debía racionarse en pequeñas dosis. Los que llevamos toda la vida con un pad en las manos sabemos que no es así, pero también sabemos que no todo son ventajas y los videojuegos también tienen sus inconvenientes. Los tenían hace 30 años y los tienen ahora, aunque sean distintos. Hemos tenido que lidiar con la baja tolerancia a la frustración, intentando que no hubiera dramas ni pataletas cuando se pierde o a la hora de apagar la consola. Se han puesto límites y horarios; que papá sea un aficionado a los videojuegos no significa que haya barra libre en casa y que se pueda jugar desde que se levantan hasta que se acuestan. Procuramos en casa los videojuegos no sean un sustituto del chupete, porque «así están tranquilos y no molestan», que tengan tiempo de ocio digital pero que también sepan entretenerse de otras formas. Y eso a veces no es fácil.

Sin embargo, no son esos los inconvenientes que más me preocupan. Para muchos chavales, no existen juegos más allá de Fortnite, Minecraft o Among Us. El algoritmo de Youtube no deja de recomendarles videos de esos juegos, combinados con creepypastas de baratillo hechos en Roblox. Incluso un juego que al principio me parecía inofensivo como Stumble Guys rezuma el veneno de la ludopatía. Inculcar los juegos de azar y la monetización con jueguitos de colorines y gráficos simpaticotes me parece una maniobra de villano de película. Algo falla cuando es más importante conseguir una skin mítica en la ruleta diaria que divertirse echando unas partidas. Y no abramos el melón del grooming o de las compras compulsivas cogiendo la Visa de papá.

Por todo eso, intento guiarlos en un consumo más sano de videojuegos. Intento que conozcan la cultura y la historia de los videojuegos. Que para ellos sean algo más que obtener lootboxes y coleccionar aspectos. Que sepan disfrutar de una buena historia o que se sientan más orgullosos de superar un reto con habilidad que pagando 5 € para desbloquear el pase mensual. Que noten que algo falla cuando un juego pide constantemente dinero o ver anuncios para conseguir algo a cambio. Que la diversión es más que simple acumulación de gestos de victoria.

Sé que en algún momento tendré que pasar por el aro. Que, más tarde o más temprano, dejarán de idolatrar a papá Galious para considerarme casi un extraño que no tiene ni puta idea de nada. Ese día ya llegará, pero por ahora seguiré disfrutando de su aprendizaje, de ver como rebuscan entre los juegos de NES y Super NES del Switch Online mientras me preguntan si alguna vez había jugado a este juego de dinosaurios. Pienso disfrutar cada minuto que pase con ellos.

Muchas veces, cuando veo a alguien publicar en Twitter (sigo llamando Mr. Proper al Don Limpio, estoy yo para llamar X a Twitter) una de esas «divertidisimas» camisetas o tartas de boda que relacionan el matrimonio con el Game Over, me apetece contestar «No tienes ni idea. Tu vida de gamer no acaba cuando te casas». El cambio no llega cuando te casas con la persona que amas, sino cuando llegan los hijos. Ahora juego en una semana, o en un mes, lo que jugaba hace 10 años en una tarde. Pero no lo lamento ni lo echo de menos.

En el primer párrafo de este artículo mentí. No me han arrebatado las consolas. Se las he dado a mis hijos. ¿Y sabéis qué? No me arrepiento en absoluto. Me lo paso mejor jugando como papá.

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