Horses nunca estuvo destinado a tener este cegador foco brillando sobre él. La obra de Andrea Lucco Borlera, que trata de una manera sorprendentemente directa temas tan adultos como el capitalismo, la autoridad o la libertad, iba camino de convertirse en uno de esos juegos chiquitos, queridos por unos pocos, que pasan por Steam y el resto de las plataformas sin mucha pena ni gloria. Como mi querido Mediterranea Inferno, sin ir más lejos, también distribuido por la Santa Ragione. Pero a alguien dentro de la plataforma de distribución digital en la que se venden videojuegos pornográficos en los que puedes follarte a tu madre y a tu tía, o juegos de acción en primera persona en los que puedes torturara otras personas, pensó que tratar temas adultos de forma adulta era ir demasiado lejos. Y así, gracias a la inmadurez de este medio que tanto queremos, Horses se convirtió, muy a su pesar, casi sobre la bocina, en el juego más importante de 2025.
Me gustaría estar exagerando cuando hablo de la importancia de Horses, pero por desgracia no lo estoy. La obra de Lucco Borlera y Santa Ragione no solo le ha sacado los colores a Steam, cuyos trabajadores parecen poder decidir si quieren destruir la viabilidad de cualquier proyecto. Porque como no es suficientemente difícil sobrevivir haciendo videojuegos, ahora también debes tener el recordatorio constante de que si por cualquier motivo te le atraviesas a un mojigato con una agenda política muy clara en la otra punta del mundo, a lo mejor se te cierran las puertas del 90% de las ventas potenciales de tu obra. Gracias Steam. Horses también le ha puesto un espejo delante a toda la industria del videojuego mundial, haciendo tan evidente que duele, el motivo por el que cada vez somos más los que nos tomamos a risa pantomimas tan vergonzosas como los Game Awards.
Reitero, no estoy exagerando. Horses, como videojuego, es una obra con unas intenciones tan claras como moderadas (probablemente por la propia idiosincrasia del medio). He leído varias comparaciones con Saló, de Passolini. Y las acepto a regañadientes. También entiendo que nadie las haría si ambas obras no fuesen italianas. Al fin y al cabo, no sé cuál es la experiencia de otros críticos culturales o de otras personas, pero yo he visto Saló en el cine. En el Albéniz de Málaga, para ser exactos. Saló es una película áspera, dura, incómoda, desafiante, que te deja completamente exhausto tras sus escasas dos horas. Passolini quiere secarte el cerebro para intentar hacerte reflexionar, para cambiarte. Y Horses, por desgracia, sabe que su público objetivo tiene una comprensión lectora limitada. Sabe que necesita introducir un personaje (el controvertido personaje de la chica) que te diga literalmente de lo que va el juego. Y a ver, esto tampoco es necesariamente malo. Pero es sintomático del medio.
Horses no es un juego polémico per se, porque no hay nada que lo haga particularmente perturbador. Nada. Cualquiera que haya jugado una campaña de alguno de los muchísimos Call of Duty modernos estoy seguro de que ha hecho cosas más jodidas de las que puedes llevar a cabo en la granja de Santa Ragione. La única diferencia, que se hace tristemente evidente en cuanto le das un par de vueltas, es que ningún juego publicado por Activision-Blizzard va a hacer que te preguntes aquel «are we the baddies?» del meme de los nazis, mientras que esa es exactamente la conclusión a la que puede llegar una persona con dos dedos de frente tras jugar a Horses. Y entiendo que eso es lo que ha jodido y eso es lo que ha incomodado. No es que haya personas desnudas (con censura permanente en los genitales) con cabezas de caballo sufriendo en pantalla. Eso no. En peores plazas hemos toreado. Es que el juego pueda siquiera sugerir o insinuar que lo que te acaba de mostrar igual no está bien.
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