Juega al rol

Escrito por en Artículos - 5 septiembre, 2023

Mi primer RPG fue Diablo, que salió en 1996 pero yo jugué en el 97. La edición en caja de cartón tenía un precio prohibitivo de, si no recuerdo mal, 8500 pesetas (unos 52 euros al cambio), por lo que me tuve que conformar con una versión pirateada que venía junto a muchos otros juegos de la época, dentro de un Tatoo o un CD-Mix. Esta versión ripeada del juego, sin embargo, tenía un problema: venía sin escenas de vídeo, que por aquel entonces solían ser lo que más espacio ocupaba dentro de los CDs y, por tanto, lo primero que se recortaba en pos de apelotonar más títulos dentro de esas mixtapes interactivas que tan populares se hicieron a finales de los noventa. Es por este motivo que, cuando por fin asesté el golpe de gracia a Diablo, en lugar de ver la escena de vídeo correspondiente, vi un corte a negro al más puro estilo Los Soprano. Varios segundos después volvía a estar en Tristán, sin tener ni idea de lo que había pasado, listo para seguir matando esqueletos y recogiendo monedas del suelo.

Un año después de este sinsabor narrativo con Diablo, llegó a mi vida Baldur’s Gate. Y llegó en todo su esplendor: con sus cinco CDs intactos y un manual de instrucciones precioso. El juego de Bioware intentaba parecerse lo máximo posible a una partida de rol de lápiz y papel y, aunque presentaba limitaciones evidentes, permitía llevar a cabo una serie de acciones que, para los que pensábamos que el rol consistía en recorrer mazmorras matando orcos y recogiendo oro, resultaban delirantes. En Baldur’s Gate podías hablar con cualquier NPC, pero también podías robarles o matarlos. Incluso podías encantarles con un hechizo o ponerlos a dormir. También podías recorrer ciudades enteras, abriendo todas las puertas, allanando todas las casas. ¿Que alguien daba la voz de alarma? Tocaba lidiar con la guardia. Y, de nuevo, podías intentar sobornarles, dejarte capturar o enfrentarte a ellos. Si querías, podías convertirte en la persona más odiada de toda la Costa de la Espada a base de matar guardias y huir de la justicia. Todos hemos tenido esta sensación de libertad abrumadora con algún videojuego. Para muchos, posiblemente fue con Ultima VII o The Elder Scrolls: Arena o incluso con The Elder Scrolls: Skyrim, pero para mí fue con Baldur’s Gate.

Tras Baldur’s Gate vinieron muchos otros RPGs muy buenos, en algunos casos incluso mejores, pero esa sensación de libertad casi paralizante solo la volví a experimentar una vez más. Lo recuerdo como si fuese ayer. Estaba en tercero de la ESO y mi amigo Álex —que sigue siendo amigo 25 años después— me invitó a su casa a jugar al rol con unos amigos. Yo no tenía ni idea de qué iba eso, pero su pitch fue muy convincente: es un juego en el que eres vampiro y usas katanas y UZIs y puedes hacer lo que quieras. Cuando llegué a casa de mi amigo, en su diminuto dormitorio había seis chavales: Félix, Víctor, Javi, Fran, Rubén y el propio Álex. Todos estaban con las piernas cruzadas en el suelo menos Félix, que estaba sentado en la cama junto a un libro bastante cascado, un montón de papeles y media docena de dados. Recuerdo que me preguntaron que qué quería ser, pero rápidamente me dijeron que me tenía que hacer un nosferatu, un vampiro muy feo, pero muy fuerte y con la habilidad de hacerse invisible y hablar con los animales. Pues vale. Elegí un nombre, que fue Jowy (por el personaje de Suikoden II), rellené los puntos que me dijeron y esperé a mi turno.

Quince minutos después de haber creado al personaje, llegó mi momento. Félix echó un vistazo a mi ficha, vio que me había asignado tres puntos a Armas de Cuerpo a Cuerpo y me preguntó que qué arma quería usar. Y, bueno, como se ve que por aquella época estaba muy atrapado por Suikoden, elegí unas tonfas. «Vale», me dijo. «¿Y ahora qué haces? Es de noche, acabas de salir de una tapa de alcantarilla y estás en mitad de la calle». «¿Qué puedo hacer?», pregunté de vuelta, incrédulo. «Lo que quieras». Y así, con esas tres simples palabras, la sensación de libertad que había sentido hacía relativamente poco con Baldur’s Gate, me pareció ínfima, irrisoria. En este juego podía hacer literalmente lo que quisiera. Y eso hice. Dediqué mi primer turno de una partida de Vampiro La Mascarada a robar una tienda de armas, cuya cerradura rompí usando las tonfas (y una buena dosis de potencia), y cuya cámara de vigilancia burlé gracias al mencionado poder de invisibilidad. ¿Para qué quería esas granadas que acababa de robar? Ni idea. Pero las robé. Y esa noche volví a casa completamente extasiado, sin poder dejar de pensar en lo que acababa de jugar.

Tengo la suerte de tener una familia maravillosa y unos padres que, desde muy pequeño, me apoyaron en todo lo que quise hacer. Es por eso que, hasta los 14 o 15 años aproximadamente, estuve apuntado en natación, remo, baloncesto, fútbol (2 equipos), full contact, kick boxing, y dibujo artístico. Cuando les conté a mis padres lo del rol, les pedí que me comprasen el manual de Vampiro La Mascarada para poder dirigir partidas. Y lo hicieron. Debieron ver un brillo especial en mis ojos, porque tampoco necesité convencerlos demasiado. Unas semanas después de empezar a jugar al rol con mi nuevo grupo de amigos, Félix y yo comenzamos a turnarnos para dirigir partidas. Y si interpretar a uno de los personajes dentro de una partida de rol da vértigo, interpretar al mundo que rodea a todos esos personajes es tan embriagador como satisfactorio.

Nótese la ficha de Vampiro en la esquina inferior izquierda

Entre los 14 y los 17 años aproximadamente debí jugar y dirigir en torno a 300 o 400 sesiones. Mis amigos y yo estábamos enganchados. Quedábamos casi todas las tardes para jugar, normalmente en mi casa, ya que a mis padres les parecía fantástico que estuviésemos allí tirando dados en lugar de en la calle haciendo el cafre. Solíamos ser seis o siete, a veces ocho, porque algunos amigos se iban uniendo a las partidas. Jugamos a Vampiro La Mascarada y Vampiro Edad Oscura. Jugábamos en sesiones maratonianas de cuatro de la tarde a nueve de la noche. No tengo ni idea de dónde salía tanto contenido para tantísimas partidas, aunque imagino que sencillamente éramos poco exigentes y nos conformábamos con echar la tarde tirando dados y haciendo barrabasadas en nuestra imaginación. Unas navidades le pedí a los reyes magos la tercera edición de Dungeons and Dragons. Los tres libros. Los leí tan rápido como pude y, antes de que terminase enero ya teníamos el grupo de aventureros formado. Dirigí una campaña que nos llevó a todos desde nivel 1 hasta niveles 13 o 14, con momentos épicos y momentos absurdos. Recuerdo un partido de fútbol en el interior de un barco mercante, pero también saltos desde una nave voladora hasta el lomo de un dragón. Lo dicho, no éramos muy exigentes.

Pero todo se acaba. A los 18 años empezó la universidad y empezaron las responsabilidades. Las constantes sesiones maratonianas se recortaron a la fuerza y, poco a poco, dejamos de jugar. Dejé de jugar. Y así estuve durante años: sin tirar un solo dado y sin leer un solo libro de rol. En 2013, sin embargo, el destino quiso que volviese a dirigir. En esta ocasión La Llamada de Cthulhu. Se alinearon los planetas y, de la noche a la mañana, se formó un grupo de rol maravilloso y constante. Durante cuatro años, cada viernes me puse detrás de la pantalla para dirigir una monstruosa campaña que llevó a un grupo de investigadores por todos los rincones del mundo, mientras luchaban contra una amenaza global: la del primigenio Nyarlathotep y su amplia red de sectarios. Esto fue un claro punto de inflexión. No solo redescubrí mi pasión por el rol, sino que además me topé con el que durante años sería mi juego preferido y, sin duda, el que más he dirigido como adulto. Atrás quedaron los aventureros y las mazmorras para dar paso a los investigadores de los años veinte y las casas encantadas.

A la fecha de escritura de este texto, cuatro de septiembre de 2023, sigo jugando al rol de forma regular. En una semana normal, en la que trabajo ocho horas diarias y mantengo mi casa en orden, juego entre dos y tres sesiones. Las juego a través de Internet, gracias a Roll20 y Discord, pero sobre todo gracias a un grupo de amigos y amigas absolutamente maravilloso, al que le debo buena parte de mis horas de ocio y mi estabilidad emocional. Por eso, a ti que estás leyendo esto, te recomiendo que juegues al rol. Si no lo has probado nunca, juega al rol. Si lo jugaste en la infancia y lo dejaste, juega al rol. Y si ya lo juegas de forma habitual, sigue jugando. Hoy día es más fácil que nunca. Hay montones de grupos de rol online. Coincidir con cuatro o cinco personas adultas no es fácil, pero gracias a la magia de Internet y a las sesiones de dos horas, sí lo es. Dos horas es lo que dura una película o dos capítulos de una serie. Como digo, suelo dirigir dos partidas a la semana: sé que es difícil cuadrar agendas. Pero se puede.

Tan importante como sacar un hueco para jugar, eso sí, es elegir con quién jugar. Los foros de Internet están llenos de auténticas historias de terror sobre grupos de personas claramente incompatibles que, por puro sadomasoquismo o ineptitud, eligen torturarse los unos a los otros en partidas de rol infernales. No hagas eso. No caigas en esa trampa. Hay personas con las que tras dos sesiones sientes que lleváis jugando desde los doce años. Y hay personas capaces de sacarte de quicio constantemente, de una forma u otra, de mil manera distintas. Jugar al rol es un pasatiempo y, como tal, debe ser entretenido e idealmente divertido. Si hay una persona que anula tu diversión, no juegues con ella. Es posible tener suerte y aterrizar en un grupo de gente estupenda con la que todo va rodado, pero también es posible que, tras media hora de partida, quieras desconectarte por pura frustración y no volver a hablar nunca más con ninguna de las personas de esa partida. Encontrar un grupo con el que encajes perfectamente es tan difícil como cuadrar las agendas de cinco adultos. Pero como ya hemos establecido: se puede hacer.

Jugar al rol es uno de los ejercicios de creatividad más puros que puedes llevar a cabo. Ningún videojuego de rol, por detallado y complejo que sea, se acerca ni siquiera un poquito a una buena partida de rol de lápiz y papel. Y no será porque no ha habido muy buenos intentos. El rol, además, hace tiempo que dejó de ser simplemente un sinónimo para Dungeons and Dragons. Hace un par de años escribí un largo hilo de Twitter con varias decenas de alternativas roleras, con todo tipo de temáticas, sistemas y ambientaciones. Elige un juego, coge a un grupo de amigos, reserva un día a la semana, y juega. Y si tienes alguna duda, pregúntame. Sobre otros temas quizás no, pero en materia de rol estoy seguro de que puedo ayudarte con prácticamente cualquier problema que puedas tener.

IndieDevDay: más y mejor

Dungeon Alchemist