Retro Amor: Mazin Wars

Escrito por en Retro Amor - 17 enero, 2013

Llegó tarde, pero llegó. Mazinger Z, el gigantesco robot tripulado creado por Gô Nagai, no tuvo videojuego propio hasta que en 1993 la otrora gran Sega remedió esta soberana afrenta con uno de los yo contra el barrio más curiosos y difíciles que vieron los sagrados circuitos de nuestras Megadrives. ¿Os acordáis? ¿No? Pues os advierto que tras el salto no sólo os toparéis con un pequeño retro análisis del juego; sino con un ataque de nostalgia -ciega y puta- de los gordos.

La grandeza de Mazinger va mucho más allá de sus dieciocho metros de estatura. Su temática no era demasiado original -los combates entre seres gigantescos fueron una constante durante gran parte del siglo pasado; allí están King Kong, Godzilla y compañía, la mujer de 50 pies… por no remontarnos a tiempos anteriores a Cristo, con el Coloso de Rodas (a quien por cierto se rinde tributo en el primer capítulo; no en vano el lugar de creación de Mazinger fue la isla de Rodas) haciendo de las suyas a los griegos- pero sí se puede decir que inauguró y de qué manera el género de mechas que dio pie a los Transformers, Voltron y Evangelion. Además, el anime llegó en un momento muy oportuno; dado que el resto de series animadas japonesas tenían un ritmo más sosegado. Es decir, no había hostias. A saber: Marco, Heidi, Jackie y Yuna, Candy Candy (aunque he de admitir que el impacto de la muerte de Anthony todavía me sobrecoge), Lady Oscar, Ana de las tejas verdes, etc. Eso por no comentar que el primer capítulo emitido en España fue precisamente el día de mi nacimiento… lo que me lleva a advertir al lector que mis recuerdos se basan básicamente en cintas VHS, reposiciones y, sobre todo, los seis tomos que editó Dargaud a principios de los ochenta.

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Robots gigantes, tetas que salen disparadas, transexuales y viejos verdes malignos de color púrpura. Todo lo necesario para configurar una infancia modélica.

En fin, antes de proseguir con mi ataque de nostalgia/pataleta de abuelo cebolleta voy a centrarme en el videojuego… que por algo esto es EPI. Pese a sus retazos calidad el título de Sega pasó bastante desapercibido. Al hablar sobre la época dorada del género, todo el mundo recuerda Streets of Rage, Knights of the round table, Final Fight, Battletoads o Cadillacs and Dinosaurs; pero pocos rememoran los grandes momentos que ofreció éste. De acuerdo. No alcanzaba ni de coña la calidad de los citados; pero fue lo suficientemente estimulante como para pensar que la pasta -unas seis mil pesetas- había sido bien invertida. Que no es poco.

Sus puntos fuertes tampoco eran escasos. Al margen del atractivo de su protagonista -una versión reloaded del original cuya arma principal era una cyber katana- y de la franquicia en general, Mazin Wars -también conocido por el título americano Mazin Saga: Mutant Fighter– contaba con unos memorables enfrentamientos contra jefes finales. La acción a lo largo de sus seis largos niveles transcurría como mandan los cánones del género; es decir, avanzábamos lateralmente -también gozábamos de esa falsa tercera dimensión, implementada en todos los beat’em ups desde Renegade, que nos permitía desplazarnos hacia arriba y abajo- repartiendo estopa entre los engendros mecánicos y mutantes que se nos cruzasen en el camino. Cabe destacar que en estas fases del juego, el tamaño de nuestro Mazinger era reducido (human style). A medida que nos acercábamos al final de nivel, donde nos aguardaba el monstruaco de proporciones épicas, éste hacía acto de presencia intentándonos aplastar con sus piernacas y puños gigantescos; dando pie incluso a algún que otro pasaje plataformero en el que el bicho nos perseguía a la par que la pantalla. Hasta aquí todo normal. Ahora bien, la acción daba un giro inesperado hacia el one versus one 2D al llegar al inevitable mano a mano. Mazinger adquiría su tamaño estandar -lo malo es que nunca visualizábamos esa transformación- y nos medíamos con el final boss de turno en igualdad de condiciones.

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Karate a muerte en Torremolinos frente al más potente «quitagrasas» del mercado.

La diferencia gráfica entre los niveles beat’em up y los combates eran palpables. Si bien los primeros atesoraban una calidad bastante notable -fondos preciosistas con algún que otro efecto visual, animaciones muy correctas, variedad de enemigos (eso sí, en el fondo las acciones de estos eran muy similares al de los camorristas vistos en la saga Streets of Rage) y buen empleo de la justita paleta de colores de MD – los segundos hacían gala de unos grafikazorls y unos movimientos dignos de los mejores one vs one del momento. Por contra, el apartado sonoro era paupérrimo. Las melodías se olvidaban nada más sacar el cartucho -se podría decir aquello tan trillado de «cumplían sin más»- pero los efectos hacían más daño al oído que una sinfonía de viejos módems demandando línea al unísono.

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Tampoco faltaron a la cita las típicas motos tuestacojones de todo yo contra el barrio que se precie

Respecto a la aplicación del universo parido por Nagai, las sensaciones que ofrecía el juego eran un tanto agridulces. Los expertos en la materia -grupo al que no pertenezco ni de lejos- suelen comentar que el oscuro diseño de los protagonistas es deudor de otro manga de Nagai llamado Devilman. Sea como fuere, el Mazinger aquí visto no molaba tanto como el original; ni por su aspecto ni por la ausencia de su mitiquérrimo arsenal (Sega, ¿Dónde te dejaste el rayo fotónico de pecho, los puños fuera, el aerodeslizador de Koji Kabuto, el viento huracanado y demás mandangas?) ni por el excesivo protagonismo de la katana. El diseño de los enemigos era otro cantar. Si bien de los colosos originales tan sólo hacía acto de presencia el gran Garada K7, el resto del plantel era muy decente. Especial mención merecen Slug Head, una especie de alien humanoide que blandía una maza de pinchos y escupía energía por la boca, y Dino Beast; un cruce de trolebus dentado y jugador de rugby con el que -tras perseguirnos de mala manera durante ese guiño al plataformeo anteriormente comentado- nos partíamos las caras a puño cerrado frente a la Sagrada Familia de una Barcelona devastada. Tampoco se quedaba atrás el combate en las nubes frente a Buster Clan, un gusano cibernético de un ojo y con pinzas de cangrejo la mar de chungo.

A partir del minuto siete, podréis contemplar toda una Sagrada Familia en ruinas

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Bandai sacó ese mismo (sólo en Japón) año un Mazinger para SNES más fiel pero menos molón que el de MD. Aunque he de admitir que esa explosión tipo hongo se la levanta hasta a un muerto.

El argumento tampoco tenía desperdicio. Nos situaban en 1999, con el mundo y todo su ecosistema en ruinas gracias a las pérfidas acciones del Godkaiser Hell -uno de los mejores nombres de villano que recuerdo con el que fue rebautizado el eterno Doctor Infierno- y sus fuerzas del mal; que respondían al nombre no menos remolón de Biobeast. Lo más dramático del asunto es que, una vez finalizado el juego y liberado a la Tierra de las manos de Godkaiser Hell, los humanos emigraban a Marte por la imposibilidad de rehabilitar la capa de ozono del planeta… y aún hay más, los artífices del guión nos dejaban con un descarado «continuará» (que nunca llegó) al advertirnos que en el año 2016 las fuerzas Biobeast iban a destrozar también el habitat que los humanos habían generado en Marte. Muy dramático y fatalista to’… muy nipón. En fin, un buen cartucho al que recomiendo echar un vistazo a poco que os agrade el género en su vertiente más clásica y Mazinger Z.

La nostalgia contraataca (off-topic)

Ignoro si habrán sido las pasadas navidades o qué, pero últimamente me han asaltado la mente algunas de las series más célebres de principio de los ochenta. No soy muy dado a pensar aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor -es más, detesto esa clase de pensamientos – y no cambiaría Homeland, Soprano, Mad Men, The Wire, Breaking Bad o Juego de Tronos entre otras muchas, por cualquiera de los seriales que citaré a continuación mediante fotomontaje chusquero. Ni borracho o colocado hasta las cejas. Con todo, resulta interesante comprobar la evolución de la ficción televisiva a lo largo de las décadas. No entraré en comparaciones porque, al margen de ser odiosas, opino que cada cosa tiene su tiempo.

pupurri TVDA

¡Llorad, malditos cebolletas!

En la actualidad, aparte de una variedad de temáticas encomiable y unos guiones en ocasiones muy brutos, prima ante todo el realismo contundente. Las técnicas por un lado -al referirme a ellas incluyo en el mismo saco tecnología y estilo- y los espectadores por otro, exigen que todo sea verosímil. Queremos ver con todo lujo de detalles lo que sucede y demandamos coherencia. Si algo no es realista, en general solemos quejarnos. Lo mismo sucede con los videojuegos (eso merece un artículo que, por cierto, tengo estancado desde hace una friolera de meses… a ver si un día de estos suena la flauta y lo termino). Obviamente, la sociedad y los medios han cambiado una barbaridad (relativamente, claro) a lo largo de estos treinta años que guarda mi memoria. Ahora estamos sobreinformados -algunos también subformados- e hiperconectados; el lenguaje visual ha evolucionado y los niños de hoy lo tienen mucho más interiorizado que los nacidos décadas atrás. El acceso y los medios son otros. No es lo mismo buscarte la vida para grabar y editar con una Super 8 que con una digital o un móvil de generación reciente y Final Cut o similares. En fin, este tema daría para muchísimo más y me temo que estas pinceladas serán las únicas que expondré por pereza para no irme por las ramas y así restar protagonismo al Retro Amor de Mazinger.

¿A qué venía la parrafada anterior? ¿A dónde quiero ir a parar? Simplemente deseo referirme a cierta pérdida de inocencia por parte de los telespectadores. Nos gusta ser sorprendidos, pero al mismo tiempo nos molesta admitir -al menos de cara a la galería- que han logrado pillarnos en pelota picada. Queremos demostrar que sabemos un huevo y parte del otro; que somos capaces de anticiparnos a la jugada. La ingenuidad está mal vista. Ni es una crítica ni quiero meter a todo el mundo en el mismo macuto ni es una pataleta rollo «antes molaba más». Es una apreciación. Evidente, dado el actual despliegue de medios y accesos (durante la época a la que me refiero sólo disponíamos de 2-3 canales y ahora nos descargamos las series antes de que sean estrenadas), pero que me parecía lo suficientemente curiosa como exponerla y propiciar -obviamente si la apreciación es bienvenida; que últimamente ando un tanto desatinado, sé lo– el debate.

pupurri tv80

¿De verdad podemos echar de menos series como la del Bertín Osborne yanki con su especie de Tomaso De Pantera? ¿La memoria juega malas pasadas?

condorman

Sorry. No es una serie, pero tenía que colar a Condorman por algún lado.

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