Momentos ilustres I - Final Fantasy VI

Escrito por en Artículos - 13 julio, 2012

Como tanto lectores y como redactores quedamos contentos con la serie de artículos sobre los finales ilustres, se nos ocurría que estaría bien abordar otros momentos memorables, con aquellos que se quedan clavados en las córneas como alfileres de píxeles sin ser la conclusión del juego. Pero como somos ASÍN y no nos ponemos nunca, cojo el toro por los cuernos y empiezo la nueva serie a traición, un viernes por la tarde, para que el pique nos haga escribir. Y no podía hacerlo sino hablando de un juego en el que a la mitad de su desarrollo el mundo se va a tomar por culo y los héroes tienen que vivir el postapocalipsis. Siento los spoilers, pero es que no hay más cojones y este juego tiene muchos años ya.

Todo Final Fantasy VI gira en torno a la idea de la «mala ciencia», aunque irónicamente, esa mala ciencia busca revivir algo muy poco empírico: la magia. En un mundo donde este poder se había extingido en una guerra hace mil años, quien consiguiera revivirlo y dominarlo sería un dios en la Tierra. Y así ocurre. Cuando los Espers, criaturas mágicas por naturaleza, son invadidos en su propio mundo, abatidos, esclavizados y exprimidos para extraer su poder mágico con usos bélicos hasta dejarlos convertidos en unos cascarones vacíos, nos damos cuenta de que este juego está muy jodido.

Pero eso no es lo peor. Nuestros héroes, con una maga natural llamada Terra a la cabeza, que es mitad Esper y mitad humana, intentan poner fin a los terribles planes del Imperio, el estado opresor que lleva a cabo semejantes actos de crueldad; pero se dan de bruces con la realidad. Gestahl y su ejército son demasiado poderosos. Cuando el Emperador y Kefka, segundo al mando y criatura cruel sin igual, acumulan tanto poder que son capaces de cortar la tierra misma y elevarla en el cielo para invocar un poder que podría destruir el mundo y nuestro grupo intenta pararles los pies, pierden. Son derrotados miserablemente por las circunstancias y el mundo es destruido.

Sí, en Final Fantasy VI vivimos el apocalipsis y sus posteriores consecuencias. El mundo se va a la mierda y, mientras, nosotros huímos en un avión. La tierra se quiebra y transforma, quedando el mapamundi totalmente alterado y relegado a una tierra gris y baldía donde nuestro héroes quedan diseminados tras estrellarse. No termina ahí la cosa: Kefka, el malo malísimo que ha conseguido imbuir poder divino en su propio cuerpo y transformarse en poco menos que un Jesucristo con alas, usa los restos del mundo para construir una torre inexpugnable y llena de trampas desde la que contemplar su «creación».

He de reconocer que como niño, esto me pareció increíble, pero me alucinó todavía más cuando rejugué el juego unos cuantos años después con más pelos en la cara. Fue uno de los mayores BOOM mentales que había tenido con un videojuego y aún a día de hoy creo que este recurso para crear un mapa nuevo y hacer un semi-reinicio del desarrollo está tan bien llevado que prácticamente lo pone por encima de Final Fantasy VII. Al fin y al cabo, Sefiroth intenta corromper el mundo y destruirlo con un meteorito, pero en ningún momento consigue nada (de hecho, él es un peón más de Jenova). Kefka se saca el rabo en nuestras caras y se carga todo lo habido y por haber sin despeinarse, porque le apetecía, porque se levantó de domingo, porque es el Joker de los Final Fantasy (esta es una comparación muy golosa de la que voy a escribir y que no quiero que nadie me robe).

Además de para cambiar el mapa y las localizaciones, esta ruptura también sirve para volver a «fichar» a los protagonistas, pero a unos muy diferentes. Terra se ha escondido a proteger a un grupo de niños, Celes siente por primera vez lo que es tener familia para perderla miserablemente, Sabin solo quiere enmendar destrozos arriesgando su vida; y así todos ellos. Su fracaso los hunde, que el mundo haya sido destruido ante sus narices los ha destruido a ellos también. Por suerte, y como en todos los juegos de la saga, la esperanza triunfa y el juego acaba «bien»: con el malo muerto, aunque el mundo sigue destruido, claro.

No quiero alargarme mucho más, porque la idea está clara. Si no habéis jugado a Final Fantasy VI y habéis leído esto, siento haberos chafado uno de los momentos más impactantes del mundo del videojuego. O al menos, a mi me lo parece porque da un tono todavía más negro a una historia negrísima, porque define todavía más al enemigo final y porque transtorna a los protagonistas hasta el punto de rendirse y dejarlo todo para aceptar su fracaso. Otra cosa es que tú, que metes mano en sus intenciones con el mando, los unas, los devuelvas la confianza y consigas acabar con el demonio sobre los cielos que es Kefka. Y sin embargo, ¿para qué? Si el mundo ya está cambiado para siempre… Pues eso: mejor que Final Fantasy VII siempre.

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