Lancelot y Mario. El carretas y el calzonazos

Escrito por en Artículos - 2 julio, 2012

Nos situamos en 1981, año en el que nace una estrella pop. LA estrella pop del mundo del videojuego. Mario hacía por primera vez acto de presencia en el archiconocido Donkey Kong, obra de Gunpei Yokoi y de un todavía joven Shigeru Miyamoto. El título que fuese pionero de los juegos de plaformas no solo destacaba por su sencillez y su jugabilidad, sino también porque fue uno de los primeros en presentar una historia con introducción, nudo y desenlace.

Se basaba en el típico esquema «caballero salva a la princesa pija e inútil» y era simple a más no poder, eso es innegable, pero al menos mostraba algo al respecto. A ojos de muchos jugadores de hoy, talibanes sin memoria ni gusto por la historia del medio, puede parecerles altamente mierder, y efectivamente lo es, pero su simpleza se debía a una cuestión meramente técnica, de falta de recursos para llegar un poco más lejos.

O no, porque si por algo se ha caracterizado Mario a lo largo de los años es porque su argumento generalmente presenta una narrativa y una progresión más pobres que la de Crepúsculo, o ese innombrable y reciente conjunto de obras que no es más que un plagio de Battle Royale. Como nota positiva, al menos el fontanero se ha camelado a distintas princesas en un claro acto de leve infidelidad. Y es que por mucho que Nintendo haya intentado imponer a la chiclosa de Peach siempre al mando del bigotes, otros no olvidamos a Daisy.

El caso es que, sea como sea, Miyamoto, a la hora de implementar un trasfondo a cada juego siempre recurrió al esquema creado sobre el año 1100: el de la literatura dedicada al amor cortés.

La zoofilia en Nintendo se remonta a tiempos inmemoriales

De géneros medievales va la cosa

Y qué era el amor cortés, se preguntará alguno. El amor cortés es una rama literaria medieval nacida en tierras pregabachas. Mientras en la sociedad las mujeres ocupaban un escalón inferior al hombre, en estos escritos se pregonaba un Hamor en el que la fémina estaba por encima de su amado. Este, gilipollicas él, debía acometer determinadas empresas para ganarse su corazón, llegando en algunos casos incluso a humillarse para poder echar un noble polvo. A veces las féminas ni siquiera pertenecían a la nobleza, sino que eran campesinas (aunque esta bifurcación tenían un género aparte: las pastorales), total, sea princesa, pueblerina o hilandera, todas tienen trinchera, ¿no? Sí, es un chistaco malérrimo.

De estas creaciones nacen, por ejemplo, ramas como la de la historia del Rey Arturo y de ellas beben películas que todos habéis mamado: las clásicas de Disney. Cierto es que muchos de los opúsculos del tío Walt desterraban enormemente el protagonismo del paladín de turno, quien incluso a veces era tan inútil que necesitaba una intervención deus ex machina para salvar los muebles y llegar al catre, pero la esencia está ahí: princesita puteada por la obra y gracia de Doña Rogelia debe ser rescatada por un apuesto Príncipe Pantene.

Dentro de la mencionada leyenda artúrica prefrancesa (la cual tomaba referencias de anteriores obras británicas como Historia Regum Britanniae) se encuentra la novela Lancelot o el Caballero de la Carreta, escrita por Chrétien de Troyes. Aquí se nos narra cómo el caballero Lancelot, apuesto servidor del Rey Arturo, debe ir a rescatar a la Reina Ginebra de las manos de Meleagante, un Bowser del medievo. Para ello, el pobre Lancelot debe pasar la de Dios a la hora de salvar a su reina. No solo debe ser valiente, sino también humilde y cortés. Eso por no hablar de que tiene que pasar incluso por la vergüenza que supone el montarse en una carreta, lo que en terminología medieval equivaldría a la deshonra del chaval. No pregunten por qué, si bien la Edad Media tuvo algunas luces, fue un grano enorme en el culo del devenir de la humanidad. Sobre todo por perder la honra al montarte en un cacho de madera con ruedas.

Lancelot, harto de ser un pagafantas, acabó transformándose en el primer emo de la humanidad…

Mario y la aberrante degradación del papel de héroe

Miyamoto, que tonto nunca ha sido, obviamente se fijó en todo esto a la hora de crear a la figura más rentable de la corta historia del videojuego. No sé si lo haría a través de otras creaciones posteriores a Lancelot, pero el esquema está ahí. Lo malo del asunto es que devalúa los papeles presentados de una forma alarmante. No es que innove, más bien viola las bases impuestas. La princesa Peach en el contexto mariano es la viva imagen de la inutilidad: es la humana dirigente de un reino de setas que es raptada cada dos por tres por una tortuga que -quién sabe- lo mismo es zoofílica. ¿Acaso Mario nunca está en casa? ¿No cierra la puerta del castillo cuando sale a follarse a Daisy a espaldas de Reggie? ¿Por qué cojones Bowser no invade al Reino Champiñón e instaura por fin un estado fascista en condiciones? ¿Merece acaso esta mujer ser rescatada cada fin de semana? ¿Es que la señorita no recauda monedas suficientes a lo largo de su puñetero país para invertir en seguridad? A esto último Nintendo quizás le ponga remedio con el futuro título de la saga, el cual provisionalmente tiene una pinta bastante MEH, pero el caso es que algunos segueros huérfanos que nos pasamos a Nintendo exigimos algo más de originalidad. Originalidad que los Sonic «buenos» tampoco tuvieron, todo sea dicho. Cof cof.

Cake pa’ tu puta madre, no te jode.

En cuanto a la figura del Lancelot miyamotiano, Mario, no es más que el colmo del calzonazos eterno. Ya desde aquellos «sorry, but the princess is in another castle» se intuía que el fontanero las iba a pasar muy putas desde las primeras fases. Lancelot se queda más que corto a su lado. ¿Fontanero? ¿He dicho fontanero? ¿Dónde cojones quedó la heroica? Me da igual que sea un caballero medieval o un marine espacial, pero de entre todas las profesiones que Shigeru pudo elegir, no fue a dar con la más apropiada. Lo mismo en Japón los fontaneros están bien considerados y forman parte de una raza superior (estamos hablando de los japoneses, a esta gente les gusta mezclar tentáculos con tetas y vaginas animadas a la vez que censuran peludas pollas reales, recuérdenlo), pero poner de protagonista a un tipo que quizás cobre en negro y se tire a tu mujer mientras estás currando o en la cola del INEM no está bien. Al menos Miyamoto tuvo la decencia de añadir bigote al personaje, en lo que es un claro guiño a determinadas escenas del porno de antaño. Desde luego solo le faltaba arreglar las tuberías antes de rescatar a Peach.

Bowser tampoco está a la altura de las circunstancias, de lo que requiere una buena obra. En Yvain o el Caballero del León, un texto contemporáneo a Lancelot con el que comparte autor, Yvain al principio debe vengar la deshonra de un compañero suyo cargándose a un poderoso caballero, con el cual mantiene una dura y digna lucha. Bowser sin embargo se retira siempre a su último aposento, al cuarto trasero de su castillo, desde donde espera encontrar a un debilitado Mario por todas las trampas que le ha puesto por el camino. ¿Pero esta qué mierda es? Alguien con cojones saldría al cesped de su jardín a defender sus dominios, en su defecto, se suicidaría cual Hitler acorralado. Bowser no, este bicho que escupe gargajos de fuego es un anti-anti-héroe en toda regla. Lo peor es que sabe que, en muchos casos, un simple humano que haya comido setas antes de enfrentarse a él tiene todas las de ganar. Todas y una más.

¿Se puede ser más lilón?

Conclusión

Los Mario, narratológicamente son una mierda hedionda a pesar de los evidentes avances de los que se han beneficiado las consolas desde hace treinta años… y me da a mí que lo seguirán siendo por las décadas de las décadas. Devalúan hasta niveles infrainfernales a los referentes en los que se basan, y cada vez que al italiano le dan un papel, al pobre se le revuelven las entrañas, vomitando con los ojos llorosos por su eterno y repetitivo devenir. Viva Heavy Rain, joder.

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