Análisis: Shadow of the Colossus

Escrito por en Análisis - 3 octubre, 2011

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El sorprendente recibimiento de ICO (analizado hace unos días), que vendió una burrada de copias para ser una franquicia nueva y exclusiva de consola, y ganó multitud de premios internacionales pese a competir contra títulos como Metal Gear Solid 2 o Grand Theft Auto 3, propició que el señor Fumito Ueda pudiese seguir haciendo lo que ya había quedado claro que le gustaba hacer: transmitir experiencias. Y eso es precisamente lo que Shadow of the Colossus consigue posiblemente mejor que ningún otro juego: hacerte llegar un torrente de sensaciones que, puestas en conjunto, conforman uno de los videojuegos más sobrecogedores que se pueden disfrutar a día de hoy en cualquier plataforma de entretenimiento.

Para darse cuenta de la magnitud de un título como Shadow of the Colossus hay que pensar que ni su creador, el genio Fumito Ueda, ha sido capaz de posicionarse en cuanto a la relación canónica que pueda mantener con ICO. Él tiene su teoría, yo tengo la mía y todos vosotros tenéis o tendréis la vuestra. Unas voces hablan de secuela y otras de precuela, algunas cantan que es ambas al mismo tiempo. Y eso está bien. Está bien porque nos envía, casi sin que nos demos cuenta, el mensaje que debe enviar, que la historia que nos hace protagonizar y la experiencia que nos empuja a vivir es nuestra. Ni de Ueda, ni mía ni de ningún amigo sabelotodo, sólo nuestra. Como cuando damos el primer beso o follamos por primera vez: el guión posiblemente sea el mismo en la mayoría de los casos, pero nadie más que uno mismo sabe exactamente cómo quema esa sensación bajo la piel.

«Exagerado», estará pensado más de uno. Quizás sí, pero basta ver la introducción del juego para que se te pongan los vellos de punta por primera vez. Wander (el nombre a falta de otro nombre para el protagonista) deja a Mono sobre el altar de piedra mientras Agro, el enorme y oscuro caballo, los observa. La aventura comienza. De nuevo no sabemos nada más que lo que podemos o queremos intuir del viaje de nuestro héroe y la posterior conversación con Dormin, un ente claramente superior que, sin embargo, necesita nuestra ayuda. Salimos fuera del templo y es entonces cuando la sensación casi de melancolía por la escena inicial se transforma en euforia al ver que ese mundo, tan precioso como muerto, está íntegramente a nuestra disposición. Alzas la espada y el rayo de luz te guía en la dirección correcta, pero vas porque quieres, porque sabes que es lo que hay que hacer.

Este viaje hacia al coloso, al contrario de lo que suele ocurrir en la mayoría de videojuegos, no es ni una carga ni una pesadez ni un mero trámite. Cabalgar a lomos de Agro por la Tierra Prohibida es la primera de las dos grandes mecánicas que componen el juego y toda una experiencia en sí misma. Por descontado, no resulta especialmente difícil ni falta que le hace. Sí es cierto que podemos perdernos y hay un par de colosos a los que nos resultará relativamente difícil llegar, pero el objetivo de estos viajes en ningún momento es poner en dificultades al jugador, sino darle una excusa para explorar y visitar cada uno de los rincones de un mundo que se convierte por méritos propios, y tal como ocurría en ICO, en el tercer protagonista de la acción junto a Wander y su inseparable corcel. Precisamente esta relación entre jinete y montura supone uno de los elementos clave en Shadow of the Colossus, ya que Agro no sólo será nuestro medio de transporte fundamental de camino a nuestros gigantescos enemigos —sin él podríamos tardar horas en llegar a los más lejanos— y un arma indispensable en el combate contra algunos de ellos, sino que tendrá el papel del único amigo con el que contaremos a lo largo de toda la aventura.

Tras esta primera parte de la jugabilidad, por llamarla de alguna forma, llega el verdadero núcleo del juego: el asesinato indiscriminado de unos seres únicos, majestuosos y que no nos han hecho absolutamente nada. Dicho así suena cruel, y si queréis mi opinión, lo es. Wander se dedica a dar muerte, normalmente apuñalando en la nuca, a una serie de criaturas con el único objetivo de satisfacer su propio egoísmo. Que sí, ese egoísmo se traduce en querer despertar a su amada, pero como deja muy claro, todo le importa una mierda siempre y cuando él pueda alcanzar la felicidad. Motivaciones aparte, que como digo son discutibles, los combates contra los colosos se reducen básicamente a la resolución de un ingenioso puzle gigante, móvil y mortal de necesidad. No obstante, la clave para resolver el rompecabezas normalmente no está en el propio enemigo, sino en el ya mencionado tercer protagonista de la historia: el escenario. De hecho, una vez demos en el clavo con lo que tenemos que hacer, el propio juego nos lo avisará cambiando la melodía por una de las músicas más maravillosas y sugerentes que se pueden escuchar salir de un altavoz durante un combate en un videojuego: The Opened Way.

Menciono The Opened Way por ser el tema que sonará siempre que vayamos en el buen camino a la hora de derribar un coloso, pero toda la banda sonora del juego es igual de perfecta. Hasta tal punto es así que no sólo encaja nota por nota mientras está sonando, sino que clava cada uno de los silencios en los que elige permanecer en segundo plano en favor del simple susurrar del viento y las pisadas del protagonista.

Centrándonos exclusivamente en la reedición en alta definición del juego, que es al fin y al cabo lo que ha propiciado este análisis, las sensaciones no son tan buenas. El lavado de cara es muy poco perceptible y, salvo la proporción panorámica que le sienta como un guante, el juego no luce mucho mejor que su versión de Playstation 2. Los trofeos, además, si bien en ICO estaban muy bien ajustados, en Shadow of the Colossus recurren al clásico «encuentra todas las X» y «recoge todos los Y», donde X e Y son números absurdamente altos. ¿Pero sabéis qué? Es igual, porque tener en cuenta algo como las texturas o los trofeos a la hora de juzgar un título como este, es como ir a follarse a una actriz porno escultural y quejarse de que no te gusta el color de las uñas de los pies.

Shadow of the Colossus es una experiencia única y personal. Uno de esos títulos que normalmente amas con un fervor inusitado u odias con una locura desmedida. Como en el propio juego, en el que matarás o lagartijas o castillos ambulantes, los sentimientos hacia la segunda gran obra de Fumito Ueda no conocen término medio. De una forma u otra Wander, Agro, Mono y la mismísima Tierra Prohibida te tocarán el corazón, y no será hasta un lustro más tarde —al ir a rejugarlo—, cuando te darás cuenta de que la marca, como la que portan los colosos en su cuerpo, permanece ahí.

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