No me gustan las etiquetas

Escrito por en Artículos - 15 abril, 2010

A la gente le encanta hablar sin saber. Muchos piensan que no, pero cuando un grupo de cotillas se pone a criticar al personal, este conjunto de viles personas siempre tiende a decir “mirad a ese jevi que no se lava”, “menudo flequillo lleva el niño rico pijo ese”, “jajaja, mira como camina el rapero ese”… y podría seguir hasta el infinito con esto. Yo no creo se critique por simple gusto (al menos no todo el mundo) sino porque a la gente le gusta etiquetar y etiquetarse.

Es muy fácil decir “LLEVA GORRA, ES RAPERO” o “TIENE GAFAS, TIRÉMOSLE PIEDRAS” porque realmente es sencillo prejuzgar a alguien por su aspecto sin conocer nada de esa persona. Al igual que es muy fácil no tener personalidad y decidir hacerte friki gothiquemo (una clase social con clara expansión en Málaga) porque no follas una mierda y piensas que así te será mucho más sencillo darte unos meneillos con algún miembro de tu grupo social. Todo esto suele ocurrir en la adolescencia donde vemos muchos casos similares.

hitler emoo
Los fallos al traducir pueden llegar a acarrear muchos problemas

Cuando la muchachada llega a la edad donde los granos hacen su aparición, el pecho femenino se convierte en principal motivo de atención por parte de muchos (y muchas) y la gente empieza a tocarse en pos de una gran satisfacción (excepto John Carca que nació autocomplaciéndose) entra en escena una cuestión que antes no aparecía durante nuestra tierna infancia: ¿En qué grupo social me meto?

Para ilustraros todo un poco mejor, os voy a dar un bonito ejemplo que me acabo de sacar de la manga pero que seguro muchos reconocerán a simple vista (o no):

Ramiro es un joven de 14 añitos que acaba de mudarse a Teruel. Le está empezando a salir pelusilla en ciertas partes de su cuerpo y su voz tiende a convertirle a veces en Koki, el rey del corral. Llega a su nuevo instituto y como es un chaval algo inteligente decide que la mejor forma de hacerse conocer es pegando a algún chico de su nueva clase. Ahora bien, Ramiro divisa cual es su mejor objetivo y observa detenidamente a algunos sujetos de su clase: está Jose María con gafas, melena y una sudadera de Gamma Ray, Eustaquio con cuatro apellidos, dos o tres sobrenombres y un polo Lacoste y también tenemos a Juanjo, un chaval con un chándal Karhu y una Nintendo DS.

Tras observar bien a sus posibles presas, Ramiro decide su plan de acción para su nueva vida en Teruel: se hará pijo y se hará amigo de Eustaquio ya que seguro que maneja panoja y esto atrae a las teenagers más cachondas, insultará a Jose Maria en público pero en privado será su coleguita porque tiene gafas y esto quiere decir instantáneamente de que es el más listo de la clase y definitivamente le meterá un par de ostias a Juanjo ya que es un friki de los videojuegos y parece el eslabón más débil.

Lo que no sabe Ramiro es que no se puede prejuzgar sin conocer. El tal Eustaquio en realidad tenía un polo Alcoste y sus múltiples nombres y apellidos se debían a que no conoce a su verdadero padre ya que la madre era una mujer liberal, así que Eustaquio Augusto Martín Ramón Jose Perez García Ordoñez Carca de todos los Santos en realidad no era rico tal como Ramiro pensaba. Jose María tampoco era lo que parecía en un primer momento ya que en realidad se llamaba Maria Jose, hace piardas y fuma porros en los descansos entre las clases. Y en tercer lugar estaba Juanjo que en realidad era maestro de varias artes marciales gracias al Wii Fit.

No hace falta decir el final de la historia ya que el pobre Ramiro acabó en el hospital por la paliza recibida y le diagnosticaron astigmatismo por lo cual ahora sería el nuevo gafillas de la clase. La moraleja de esta historia es: Nunca te metas con los videojuegos y… no prejuzgues.

Después de leer este pequeño relato posiblemente ya no os acordéis de cual era el motivo del artículo pero no me culpéis a mi, si no a mi adicción a escribir nombres propios por doquier.

En el mundillo de los videojuegos, como en la vida, la gente tiende a agruparse en distintos “grupos sociales” que lo único que hacen es decir “YO LAS TENGO MÁS GRANDES”, “NOOOO, YO LAS TENGO MÁS GRANDES” y así continuamente. Por si no os habéis dado cuenta, hablo de los fanboyismos en general y, concretamente, de lo tonta que es la lucha entre los que apoyan a Sony o a Microsoft tal como nos ilustró Andresito si obviamos a la consola amiga de los niños. Pero tampoco quiero hablaros de las estúpidas peleas entre fanboys sino que quiero que nos concentremos en un fenómeno que ha derivado de estas luchas de poder. Cuando los amigos de Sony, Nintendo o Microsoft están ya excesivamente aburridos de medirse las tetas (siempre masculinizamos a las compañías… ¡¡es hora de feminizarlas!!) es la hora de abrir un nuevo debate que precisamente abrió en gran medida la última consola de la Gran N: Juegos hardcore, juegos casual.

Desde ya hace un tiempo se viene separando a los jugones en estos dos grandes grupos, algo que me parece una enorme tontería. Lo grave del asunto es que las compañías avivan este tipo de conflictos gracias a la creación de distintas marcas de identificación que nos hacen conocer intuitivamente cuando un juego está destinado a un público más casual o a un público más hardcore. Y sí, hablamos de las caratulas de los videojuegos. Es muy sencillo llegar a una tienda y saber diferenciar de que tipo es cada juego simplemente ya que las propias carátulas nos lo están indicando.

caratulas versus
Creo que el juego del robot ese malote no es demasiado jarcor, faltan tetas y mas explosiones

¿Todo esto es necesario? Muchos dirán que sí porque se trata de juegos con “targets diferentes” pero yo os pregunto amigos lectores… ¿Acaso Plants vs Zombies no es divertido? ¿No os ponéis erectos jugando a Peggle? ¿Audiosurf no es jodidamente ósom? He citado tres juegos pero os puedo decir mil nombres más. Estos supuestos juegos “casuales” me hacen disfrutar mucho más que Gears of Wars 5, Halo Clopezi Edition o Emo Fantasy XXI y menos mal que se venden en formato digital porque si una persona mira la caratula de Peggle en la tienda, seguro que defeca sobre ella. ¿Soy un jugador casual entonces? No sé, no sé, ya que también disfruto de juegos como Civilization, Darksiders o Football Manager. ¿Soy harcoreta entonces? … ¿Qué coño soy?

Pues superego de Kirkis, yo me presto a contestarte esta pregunta. Eres un tipo que disfruta de los videojuegos. Nada más y nada menos. Y esta respuesta la puedo estrapolar a diferentes ámbitos como puede ser la música, cine o literatura: Disfruto con Blind Guardian, Hermanos Herméticos o La Pulquería; Austin Powers 2 me parece una jodida maravilla pero también disfruto de las películas de Paul Thomas Anderson o Jim Jarmusch; y flipo con la saga de Canción de Hielo y Fuego tal como me gusta degustar a Dostoievski o a Philip K. Dick.

Y ahora que tenemos confianza os pregunto: ¿Por qué entrar en inútiles debates cuando el propósito principal de los videojuegos es que disfrutemos con ellos? Da igual la consola, da igual el género, da igual el publico objetivo para el que se ha hecho. Lo importante es que nos lo pasemos bien jugando, ya sea tocándonos la patata como en Heavy Rain o a base de carreras locas en Mario Kart, corriendo y salvando animalicos como hace Sonic o ¿salvando a la princesa? como en Braid, ya sea ayudando a nuestro reino en Puzzle Quest o en Heroes of Might & Magic o aniquilando enemigos a base de metralla como en Duke Nukem o a base de componer palabras como en Bookworm Adventures. Es muy fácil etiquetar y etiquetarse en algún grupo específico para poder decir “NO ESTOY SOLO, HAY GENTE COMO YO Y A VECES ME DEFIENDEN Y TODO” pero la verdadera cuestión es si esto es necesario. Disfruten de los videojuegos/cine/musica/literatura/cualquierotracosa sean cual sean las etiquetas que otras personas les hayan puesto encima porque hasta que uno no ha probado algo, no puede saber si va a disfrutar con ello o no.

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