Reviewing me softly

Oda a los análisis tardíos

Escrito por en Artículos - 14 enero, 2015

Por la manera en que se a menudo se asocian con el hardware que los sustentan, por la importancia que se da a las resoluciones, a los FPS o a las posibilidades online o por muchas otras razones; los videojuegos son vistos muchas veces como productos con fecha de caducidad. 

La relación entre videojuego y avance tecnológico, para bien o para mal, es indiscutible. Como efecto positivo de este matrimonio, habría que destacar el gusto por la innovación y la perfección formal. El progreso en los modos de representación digitales no sólo sirve para salpicar con sangre cada vez más realista los monitores de los adolescentes de todo el mundo. También es el responsable de la fusión entre animación y videojuego vista en Ni no kuni o del sistema de partículas que hace que deslizarse por las dunas de Journey sea una experiencia deliciosa. El perfeccionamiento tecnológico no sólo conduce a representaciones ultraperfeccionistas y vacías. Bien usado, puede generar nuevas relaciones entre los jugadores y los elementos que componen el juego. Valve lo sabía bien y en Half Life 2 dio tanta o más importancia a las físicas de su recién estrenado motor Source que a la narrativa in game que ha hecho célebre a la saga.

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Sin embargo, entender los juegos únicamente como productos tecnológicos es un gran lastre para el medio. Trae a los videojuegos un concepto impensable para otras artes: la obsolescencia. Mientras los creadores de cualquier otro tipo se afanan por construir algo digno de la posteridad, los videojuegos son concebidos como productos con una duración limitada, mejorables, actualizables y, posiblemente, superables por una secuela.

Los motivos para que esto suceda son tremendamente heterogéneos y sólo combinando estudios tecnológicos, sociológicos y económicos se podría dar una explicación válida. Pero, con la idea de que pequeñas aportaciones pueden ayudar a crear una imagen de conjunto, me gustaría reflexionar sobre el papel que la prensa especializada juega en este fenómeno.

El sistema de análisis de los nuevos lanzamientos, aunque presente en todos los medios, tiene en los videojuegos una importancia capital. Cientos de análisis pueblan los sitios web más consultados unos días antes del lanzamiento de un nuevo título (en la fecha elegida por la propia distribuidora). La mayoría traerán consigo asociada una nota que se comparará con otras y generará en poco tiempo en Metacritic una media que será inamovible por toda la eternidad. Años de trabajo quedarán resumidos en el color del cuadradito que recubra una cifra. Tampoco es tan grave, pensarán algunos, en unos meses, ni siquiera un año, ese juego habrá caducado y no tendrá valor, a no ser que una remasterización en HD lo devuelva al reino de los vivos (aunque éstas suelen venir con su propio análisis y su consecuente puntuación en Metacritic).

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Es cierto que vivimos en la época de la glorificación de lo retro y que no hay nada más a la moda que defender la calidad de un título antiguo. Pero muchos videojuegos, en el limbo poblado por los que abandonaron la actualidad pero que están muy lejos de ser vintage, sufren la mayor de las desatenciones.

El auge de los blogs semiprofesionales, o directamente amateurs, ha permitido el florecimiento de análisis de juegos que cuentan con varios meses de edad. La razón para esto es, en la mayoría de los casos, bien mundana. O el redactor, con otras obligaciones, no ha tenido tiempo para hacerlo hasta ese momento o, incluso, al no disponer siempre de copia de prensa, no ha podido escribir su artículo hasta que el juego tuviera un precio razonable para adquirirlo.

Algo en apariencia tan insignificante, y de naturaleza tan circunstancial, me parece un hecho muy refrescante para el mundo de la crítica del videojuego. Posponer la reflexión sobre una obra, alejarla de la dramática fecha del lanzamiento,  da a los textos una pausa y una tranquilidad de la que carecían. Pierden su cariz circunstancial y se transforman en sinceras observaciones sobre las cualidades del título.

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Pero más relevante aún es la transformación que operan en el propio juego. Ya no parece un simple gadget que consumir recién salido de fábrica. Pasa a ser el producto creativo y cultural que siempre debería haber sido. Esta manera de analizar penaliza a las obras efectistas sin mayor profundidad (con frecuencia, capítulos de sagas) y eleva a los Mirror’s Edge, Alpha Protocol y demás títulos que parecieron salir a la venta en un mal momento o respaldados por una inadecuada o insuficiente campaña de promoción.

Sitios web con un gran número de visitas parecen haberse impregnado de este espíritu. Kotaku ya se ha posicionado varias veces en contra y Joystiq ha comunicado recientemente, a través de un texto que merece mucho la pena leer, que abandona el sistema de notas.

Este nuevo espacio de debate, unido a las dinámicas que provoca el mercado digital (casi omnipresente en PC y cada vez más frecuente en videoconsolas) con sus sistemas de ofertas, están configurando una nueva manera de entender los videojuegos. Desligados de su circunstancia tecnológica, son capaces de crear nuevos significados y de, poco a poco, ir construyendo una nueva relación entre crítica e industria para un medio que abandona lentamente su adolescencia y se adentra en su madurez.

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