De vuelta en Loc Muinne

Escrito por en Artículos - 1 mayo, 2013

The Witcher 2
Hace exactamente dos años me termine The Witcher 2 por primera vez. En aquella ocasión, recuerdo, tenía un ordenador relativamente modesto en el que el juego de CD Projekt RED, que a día de hoy sigue luciendo espectacular, tenía serios problemas para correr en calidad media. Hace unos días, ya con una bestia capaz de hacer correr a Geralt a sesenta cuadros por segundo, me permití un lujo que llevaba bastante tiempo queriéndome regalar: terminar el juego una segunda vez para comprobar de primera mano hasta qué punto las decisiones tomadas durante la partida influían en el desarrollo de la misma. La conclusión, sin entrar en «spoilers«, pues soy consciente de que muchos todavía no habrán jugado y querrán hacerlo, es que The Witcher 3 en realidad es pasarse The Witcher 2 por segunda vez.

En Indiana Jones and the Fate of Atlantis —posiblemente una de las mejores aventuras gráficas de la historia— hay un punto de inflexión mucho antes de la mitad del juego, en el que nuestro arqueólogo favorito debe afrontar una decisión que cambia radicalmente el transcurso de la aventura a partir de ese mismo momento. Y ese «cambia radicalmente» no es palabrería de relaciones públicas que al final se traduce en «ves un final ligeramente distinto», no. Ese «cambia radicalmente» quiere decir que, dependiendo de la opción elegida en ese momento, hay localizaciones enteras que no visitas, hay personajes que no conoces, puzles que no resuelves y, en definitiva, horas y más horas de contenido que sencillamente te pierdes. En The Witcher 2 pasa exactamente lo mismo. Aunque claro, cuando en su día me pasé tres veces seguidas Indiana Jones and the Fate of Atlantis, ese era el único juego que iba a caer en mis manos hasta dentro de un par de meses; hoy lo extraño sería no tener un juego nuevo cada dos días. Pero ese es otro tema.

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Este punto de no retorno en el que la historia de The Witcher 2 puede tomar dos ramificaciones totalmente opuestas llega, además, en una de esas situaciones tensas en las que tenemos un tiempo determinado para reaccionar. Es decir, que la decisión que alterará considerablemente más de la mitad del juego, por si fuese poco, debemos tomarla bajo presión. Y tras haber terminado la historia yendo por ambos caminos, tengo la orgásmica sensación de que ninguno de ellos es «el correcto». Ninguno es «el bueno» y ninguno es «el malo». Tampoco hay una vía equivocada. Ni siquiera uno de los caminos muestra más información que el otro. No. Son total y absolutamente complementarios. De hecho, ahora, dos años después de haber terminado el juego por primera vez, es cuando he descubierto algunos detalles de la historia que desconocía. Y ahora, dos años después, me entero de algunos «detalles» (entre comillas porque son colosales) de la historia que se perdieron aquellos que tomaron un camino distinto al elegido por mí en aquella ocasión.

Y es jodido. Es jodido porque entiendo que pese a lo bien hilada que está la trama del juego y lo bien que encajan todas las piezas dentro del puzle, muy pocos jugadores se tomarán la molestia real de intentar encontrarlas todas. Un ejemplo muy simple y que no creo que destripe absolutamente nada lo encontramos en la figura del dragón. En uno de los dos caminos posibles, nunca se llega a desvelar quién es en realidad el dragón; mientras que en el otro camino ese descubrimiento llega de forma orgánica. Tanto es así, que mi mayor sorpresa al terminar el juego en esta segunda ocasión fue comprobar precisamente que la identidad del dragón permanece oculta. No es una información vital para entender la historia del juego, ni mucho menos, pero como digo es un detalle bastante interesante que aporta cierta luz a algunos de los acontecimientos.

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En cualquier caso, este saber que necesitas terminarte el juego dos veces para tener una perspectiva completa de la historia, no es sino el segundo gran problema de The Witcher 2, siendo el primero The Witcher (1). No son pocos los jugadores a los que les he leído echar pestes del primer título de la franquicia. Y los entiendo. The Witcher es un juego de rol muy duro. Pese a que visualmente no ha envejecido del todo mal, la primera aventura de Geralt de Rivia se las apaña para echar atrás al más valiente. Un sistema de combate tosco y aburrido, y un terrible acto de apertura en el que no hacemos otra cosa que correr de un lado a otro tienen la culpa. Por desgracia, lo bueno llega después. Lo bueno está tras Vizima, tras las quince primeras horas, tras hacerte con las riendas de un sistema de combate irregular. Y entonces claro, ya es tarde para la mayoría, que a partir de ese momento mira con aún más miedo The Witcher 2.

Con esto lo que intento decir es que si bien me parece maravillosa la rejugabilidad de The Witcher 2 y creo que es uno de los muchos elementos que lo hacen ser tan buen juego, también entiendo el miedo que puede infundir en el jugador que llega de nuevas y quiere zambullirse en el universo del Lobo Blanco. Ese, por desgracia, es un jugador que llega acojonado a la saga. Es un jugador que no ha jugado a la primera parte de la aventura que tiene por delante y sabe que no va a jugar a buena parte de su segunda parte. Es un jugador que tiene toda la razón del mundo en estar acojonado. Pero es un jugador que, si es valiente y tiene paciencia, se verá recompensado con el que me ha demostrado ser uno de los mejores juegos de rol de esta agonizante generación. Aunque haya tardado dos años y más de cincuenta horas delante de la pantalla en darme cuenta de ello.

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