Sleeping Dogs

Escrito por en Artículos - 15 febrero, 2013

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Las 41 horas de juego en Steam y más del 75 por ciento de trofeos en Playstation 3 son la prueba más tangible de mi profundo amor por Just Cause 2. Es tal el idilio, este mío con el sandbox de Avalanche, que me llevó en su día a, teniendo el juego perfectamente ordenado en mi estantería de Steam, volverlo a comprar en Playstation 3 «para ver si era igual de bueno en consolas». Y claro, como yo me temía, lo era. Necesité unas cincuenta horas, hora arriba hora abajo para estar seguro, pero al final conseguí llegar a la conclusión de que sí: era igual de divertido. ¿Y por qué os cuento esto? —os preguntaréis. Muy sencillo, para que os hagáis una idea del flechazo que me ha supuesto Sleeping Dogs, del que tras recibir una copia de prensa para Xbox 360 compré en Playstation 3 por puro agradecimiento a los desarrolladores… solo para dejarla sin estrenar porque más tarde me volví a comprar el juego en Steam, donde le dediqué una segunda veintena de horas.

El motivo por el que tanto a Sleeping Dogs como a Just Cause 2 les he dedicado las horas que les he dedicado y lo he hecho con tanto gusto, es porque además de tener una cantidad absurda de contenido —algo que muchos juegos presentan como si solo con eso ya pudiesen darse con un canto en los dientes— son escandalosamente divertidos. No estoy hablando aquí únicamente de las locuras que se pueden hacer en ambos juegos, que como bien sabéis son muchas y muy disparatadas, sino de lo satisfactorio que resulta hacerlas. Conducir a toda velocidad por una autovía en dirección contraria, por poner un ejemplo, es divertido si el control del vehículo es bueno y en cualquier momento podemos estrellarnos y salir volando veinte metros por la luna delantera; no si todo se lleva a cabo mediante quick time events y hagamos lo que hagamos el resultado siempre es el mismo. Es decir, que la locura por la locura está muy bien, pero la locura bien hecha y bien entendida es un arte que pocos han sabido dominar hasta el momento.

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Un día normal

En Sleeping Dogs, como posiblemente sepáis, no puedes pilotar aviones de pasajeros, secuestrar helicópteros en pleno vuelo, demoler plantas petrolíferas o enganchar enemigos a bombonas de butano; pero no le hace falta. Pese a tener una escala mucho menor (la ciudad de Sleeping Dogs debe ser como una décima parte de la isla de Just Cause 2), el juego de United Front Games consigue levantarse como un auténtico coloso gracias a qué prácticamente supera en todo al de Avalanche. Donde más evidente resulta es tanto en el sistema de combate tanto cuerpo a cuerpo como en el de armas de fuego. Wei Shen no solo toma prestado el estilo de combate de Batman en Arkham Asylum, sino que lo mejora considerablemente añadiendo diferentes movimientos que debemos aprender a medida que avanza la historia. De una forma similar, Wei se pone chaqueta de Max Payne cada vez que un arma de fuego cae en sus manos, pudiendo (y debiendo) entrar en el mítico tiempo bala para acabar con sus enemigos mientras se desliza por barandillas o salta por ventanas. Y lo mejor, porque esto es lo mejor, es que hacer todo esto y hacerlo bien tiene su recompensa.

Pero Sleeping Dogs no solo brilla en los momentos en los que hay que hacer sangrar enemigos. A diferencia de lo que ocurre en muchos otros sandbox, como el mencionado Just Cause 2 o el mismísimo Red Dead Redemption, en esta ocasión nuestro protagonista y la mayoría de las situaciones en las que se verá envuelto no dan auténtica grima. Tampoco os voy a intentar vender la moto de que Wei Shen es el culmen del carisma en los videojuegos, pero frase a frase y mamporro a mamporro, se gana una presencia en pantalla que muchos protagonistas de géneros que favorecen más la narrativa ya querrían para ellos. A esta suerte de carisma artificial, por supuesto, ayuda una variedad de misiones en las que el bueno de Wei puede sacarse los cojones y ponerlos encima de la mesa con una regularidad asombrosa. Pegar palizas, hackear ordenadores, participar en carreras de coches, follar señoritas de buen ver, tirotear mafiosos, allanar viviendas, robar camiones en marcha… sea cual sea el trabajo Wei Shen es tu hombre.

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Wei Shen con un traje de Adam Jensen y una pistola de oro. Típico

Sé que sueno muy extremista cuando digo que Sleeping Dogs lo hace todo bien, pero es que el maldito juego de United Front Games lo hace todo bien. Los señores de Rockstar, por ejemplo, tienen un problema que llevan arrastrando desde que comenzaron a crear juegos de mundo abierto: se piensan que conducir un coche o cabalgar a caballo durante diez minutos antes de comenzar a hacer una misión resulta divertido. Y no, no es nada divertido. En Sleeping Dogs, sin embargo, todas las misiones cuentan con desplazamientos relativamente cortos, lo que te permite disfrutar de lo que realmente merece la pena disfrutar, al tiempo que no alarga artificialmente el juego. Porque sí, la historia principal de Grand Theft Auto IV dura unas treinta horas, pero es que la mitad te las pasas conduciendo de un lado a otro. Sleeping Dogs por el contrario dura unas 12 horas si no te vuelves loco haciendo misiones secundarias, pero son 12 horas de diversión, 12 horas en las que no te da pereza mirar el marcador de misión situado a 4 puñeteros kilómetros.

«¿Qué país te gustaría visitar? ¿Grecia o Francia?», te pregunta una simpática y voluptuosa masajista mientras la acompañas, brazo alrededor del hombro, al interior de su salón de masaje. Y aunque la respuesta ante semejante pregunta sería evidente para todos nosotros, una vez dentro del reservado imagino que lo único que podría escucharse sería un contundente «soy Wei Shen, hija de puta, no visito países, los conquisto». Y bueno, en realidad países no sé si conquistará —eso es algo que posiblemente quede para Sleeping Dogs 2— pero mi corazón desde luego sí. Y el de cualquiera que esté buscando hacer el cabra en condiciones, también.

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