Retro Amor: Final Fantasy VI

Escrito por en Retro Amor - 25 abril, 2012

Final Fantasy VI

Hay juegos que pasan sin pena ni gloria por nuestras vidas. Otros nos gustan. A otros nos viciamos durante horas. Qué coño, días, semanas, meses. Por último están los que dejan huella. Final Fantasy VI permanecía en mi recuerdo como uno de los mejores JRPGs de la puta historia. Al retomarlo en profundidad, mi percepción sobre el  mismo ha caído un poco, pero Terra -y lo que no es Terra– sigue aguantando el tipo perfectamente.

Todo el «occidente videojueguil» se masturbó incesantemente cuando se anunció la aparición de la séptima vaca sagrada de Squaresoft en Estados Unidos y Europa, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de la gente (sobre todo en el viejo continente) no tenía ni zorra de lo que suponía hasta que empezaron a aparecer pantallazos de un pelopincho engominado con un espadón enorme. Dejemos las tetas de Tifa para otra ocasión. Si bien Final Fantasy ya se había editado en el país de Bill Clinton, solo tres de los seis opúsculos aparecidos hasta 1994 habían salido de las fronteras japonesas. Final Fantasy VI (renombrado como Final Fantasy III para los yanquis) tuvo esa suerte. Bueno, los americanos la tuvieron al poder catarla en sus Super Nintendo, antiguo bastión de Squaresoft a la hora de editar videojuegos de rol japoneses. Emuladores y traducciones amateurs aparte, nosotros tuvimos que aguantarnos hasta 2002 en una edición para PlayStation prácticamente calcada a la original, pero la espera mereció la pena. Mucho.

A pesar de que el origen de todos los problemas del juego tiene lugar mil años antes, Final Fantasy VI nos pone inicialmente en la piel de Terra, una muchacha controlada por el Imperio y que parece tener una particular relación con los espers, unos seres mágicos que pertenecían a leyendas varias y que sin embargo han sobrevivido escondidos a través de los siglos. Al poco de ponernos a los mandos la chica recupera el control sobre sus acciones y termina uniéndose a otros personajes con los que acabará luchando contra el Imperio inicialmente y contra Kefka al final. 
Como jugador algo enfermizo en mi adolescencia de los primeros diez títulos de la saga, valoré y valoro muchísimo que por fin Squaresoft dejase atrás la puñetera cantinela de los cristales, los cuales se hacían ya cansinos y repetitivos a más no poder, presentando esta vez un argumento que no tenía nada que ver con lo anterior.

Sin embargo, por otra parte tengo que decir que no me gusta un carajo su simplificación en términos jugables. Final Fantasy V destacaba por sus jobs, es decir, las categorías con las que podíamos mejorar los atributos de los personajes y que se disfrazaban de diferentes curreles como «luchador», o los distintos «magos» que se pueden ver en muchos juegos de rol. Este sistema no es que fuese la jodida panacea, pero daba al jugador unas posibilidades enormes a la hora de componer los distintos equipos para luchar. No digo que hubiese que copiar ésto a Final Fantasy VI, pero en la sexta entrega los personajes vuelven a estar más o menos estereotipados en su rol. Que si fulano es mago blanco, que si mengano es pegahostias por cojones, ya saben. Vale que el hecho de que los espers te enseñen distintas magias hace que puedas personalizar un poco a cada miembro del equipo, pero creo que no es lo mismo, ya que la mayoría de los personajes están algo encorsetados en el rol que les ha tocado desde el principio. Yo al menos no pondría a Sabin ropas de monja para que se dedicase a curar a todo quisqui, sería una jodida gilipollez. Otro aspecto que también intenta dejarse querer es el de las reliquias, objetos que pueden ser añadidos al equipamiento normal y que proporcionan diferentes habilidades, pero siendo realista, no es más que otra opción de equipamiento «universal», dando la posibilidad de que ciertos objetos puedan ser usados por todos los personajes del juego.

No obstante, no quiero dar la impresión de que no me gusta el sistema de juego de Final Fantasy VI, para nada es así. Quizás sea poco innovador, eso es innegable, pero no por ello es aburrido. Las batallas no abundan ni escasean y son entretenidas, tiene unas cuantas sidequests apañaditas y el mapa del mundo inicial se va a tomar por culo y es sustituido por otro que deberemos explorar a saco antes de la batalla final contra el hijo de puta de Kefka. El único punto achacable en este sentido es que dicho último combate es algo fácil, algo así como lo que pasaría con Sefirot años después. El señor Sakaguchi, con sus dos cojones bien gordos, convirtió a un tipejo de mala muerte en un Dios, una jodida y omnipotente deidad que sin embargo se deja petar por el cacas por unos cuantos humanos. ¿En serio? Vamos, que no me jodan por mucho que un espadazo de Celes pudiese partir la tierra en dos. Por lo demás, técnicamente es precioso. Son 16-bits en su máximo esplendor, que representan un mundo enorme en el que se mezcla lo steampunk con lo mágico. Posee unos efectazos enormes para las magias y los espers, quienes hacen las veces de invocaciones. Hasta en detallitos como las animaciones faciales de los protagonistas destaca, gracias a los cuales podemos saber su estado de ánimo. Entrando en terrenos acústicos, presenta unas melodías demenciales a cargo de Uematsu en las que utiliza al máximo las capacidades sonoras de Super Nintendo para traernos el que probablemente sea su mejor trabajo hasta la fecha. Desde el magistral uso de los instrumentos de viento en Terra’s Theme (el que a la postre sería el «main theme» del juego) hasta el glorioso escarceo con la ópera, el cual acaba sonando bien incluso a pesar de las limitaciones de la consola de Nintendo para reproducir voces.

Con todo, si hay algún aspecto que resalta sobre todos en Final Fantasy VI sin duda alguna es su argumento. Vale que la parte lúdica no sea nada del otro mundo, es correcta y punto, pero es que su historia es sencillamente demencial. Cuando juego a un título cualquiera, ya puede tener un argumento de mierda que si la parte jugable me convence, ahí estaré enganchado hasta el último puto minuto. Al fin y al cabo con eso creció la industria hasta los años 90. Cuando se da el caso contrario, sencillamente abandono el juego, me la sudan los argumentos repreciosos acompañados de un control patético o de cualquier otro aspecto que no me guste.
Final Fantasy VI, si bien al retomarlo me he encontrado con eso, con que la parte jugable quizás no sea tan buena, me ha seguido encandilando de principio a fin. Es el primer juego de la saga con pelillos en los huevos. Ya no se habla de princesas ni cristales, sino de un dictador que quiere dominar el mundo por la fuerza. Aquí vemos castillos enteros asesinados por la codicia de una sola persona, y en otro orden de las cosas, también podemos encontrar una pequeña crítica medioambiental como la que después veríamos en Final Fantasy VII. Si nos centramos en los personajes, casi todos están desarrollados y gozan de sus minutitos de gloria; y tiene tal cantidad de tramas y subtramas que a veces uno duda sobre quién recae el peso de la historia… porque hasta el enemigo tiene una importancia de la leche. Kefka es, probablemente, el malo más cabronazo de todos los Final Fantasy. Se mueve por sus ansias de poder, pero también por pura maldad, por hijoputismo nato, por joder. Más de uno tendrá grabada en su mente la sonrisa que profería cada vez que hablaba de sus planes, o cuando se salía con la suya. Un mamón en toda regla al que ni siquiera le queda un resquicio de humanidad, al más puro estilo Vader.

Todo ello cierra un círculo genial, el mejor de los juegos de la serie que he catado. Pienso que Final Fantasy VI es inferior en términos jugables a otros títulos de su generación como Chrono Trigger, pero aunque no arriesga mucho en este apartado, es entretenido, yendo acompañado de una historia que por fin se desmarca de todo lo visto anteriormente. Esta sexta fantasía fue la primera que miró atrás, hizo una mueca escupiendo al suelo y se volvió más oscura, más grande y más adulta. Final Fantasy VI, con sus pequeños defectos, es la polla.

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