Análisis: El Shaddai

Escrito por en Análisis - 13 enero, 2012


«Es como si Lady Gaga hiciese un videojuego», citan brillantemente en el tráiler de El Shaddai: Ascenssion of the Metatron. No iban desencaminados. Desde luego la sensación que obtienes pasadas unas horas frente a la pantalla se asemeja bastante a lo que (imagino) ocurriría si Lady Gaga, borracha y puesta de coca hasta las cejas, se pusiese delante de una pantalla, cogiese un teclado para abuelos de esos de botones gordos, y se pusiese a picar código como una loca mientras canta Poker Face a grito pelado. Esa sensación la tendrías, claro, si consiguieses reunir la paciencia suficiente para jugar «unas horas» a semejante desperdicio de juego.

«Joder qué duro has sido ya de entrada», estará pensando más de uno. Pues sí, pero es necesario, porque tras esa gruesa capa de belleza y homosexualidad explícita que viste siempre sobre sus hombros El Shaddai, se esconden unas vergüenzas que, una vez al aire, no nos permitirán volver a mirarlo con los mismos ojos.

Desde el principio, es decir, desde el mismo instante en el que vamos a empezar una partida nueva, el juego ya lo hace mal. El Shaddai tiene cuatro modos de dificultad: fácil, normal, difícil y muy difícil; pero por algún motivo la primera vez que jugamos tan solo tenemos disponibles los dos primeros, dejando los otros como desbloqueables para cuando termines el juego y tengas ganas de torturarte un poco más. Esto no sería un gran inconveniente si no fuese porque el modo normal, que es el que he tenido la desgracia de jugar, es absurdamente sencillo. Los únicos momentos en los que es posible tener problemas lo suficientemente gordos como para cambiar la desidia general con la que se afronta el juego por un poco de enfado, serán algunas secciones de plataformas en las que el terrible control de Enoch (el protagonista) no hará más que jugarnos malas pasadas mientras se precipita una y otra vez al vacío. Por suerte o por desgracia, la sencillez del juego llega hasta el punto en el que tras despeñarnos volveremos a aparecer, en menos de un segundo, frente a la plataforma en cuestión. La única repercusión que tendrán estas caídas es que dañarán un poco nuestra armadura, lo cual siempre es bueno porque nos permite verle más el ombligo a nuestro rubio macizo.

Como este combate, doscientos

Esto del ombligo y la armadura que se deteriora es, precisamente, uno de los pocos elementos relativamente interesantes de El Shaddai, que sustituye la clásica barra de vida por una mecánica en la que nuestro personaje se irá quedando en pelotas poco a poco a medida que le golpean (o se descalabra). Y tampoco es que sea especialmente original, ya que Sir Arthur lo hacía en 1985 (Ghosts’n Goblins), pero al menos resulta un acierto dentro de la cadena de despropósitos que es el juego. Por desgracia, y como parece ser que nada en El Shaddai puede estar bien hecho del todo, cuando nos quedemos casi sin armadura la pantalla adquirirá ese matiz rojizo tan común en los shooters, que nos indica que estamos a punto de morir. Y teniendo en cuenta que normalmente ya hay como cuatro o cinco capas de texturas y filtros sobre la propia imagen del juego, el hecho de añadir una más no ayuda en absoluto a que (no) veamos lo que está sucediendo.

Peor que la mecánica de plataformas, que ocupa más o menos la mitad del juego, es el combate. En la mayoría de ocasiones iremos corriendo en línea recta (algo muy común en el juego) por un pasillo, llegaremos a una zona un poco más amplia, saldrán un par de enemigos, se nos cerrarán las vías de escape y tendremos que liarnos a hostias con ellos. Esta rutina se repetirá decenas de veces a lo largo de la aventura, convirtiendo algo que en teoría debería ser emocionante, como es combatir, en un auténtico coñazo. El hecho de tener un único botón de ataque que, eso sí, se puede combinar con el de salto y el de bloqueo para hacer combos, no ayuda mucho a darle variedad al asunto, claro. Como tampoco ayuda el que sólo tengamos tres armas, haya cinco tipos de enemigos, y sus rutinas sean siempre las mismas. Mención aparte por lo cutres y tediosas que son merecen los enfrentamientos contra los distintos jefazos, que consiguen la proeza de transmitir más tedio que tensión pese a ser los supuestos puntos álgidos de cualquier puñetero juego.

No os perdáis esto, por favor

En defensa de El Shaddai, que ya va tocando decir algo, hay que alegar que al menos intenta aportar variedad. Como la historia es un galimatías de proporciones bíblicas (¿veis lo que he hecho?), los desarrolladores se han permitido el lujo de meter las fases que les ha salido de la polla. Esto quiere decir que tan pronto estaremos en un mundo bidimensional con una estética muy de Yoshi’s Island pegando saltos, como nos encontraremos conduciendo una moto por una autopista futurista al más puro estilo huida de Midgar en Final Fantasy VII. Pero hasta en esto la han conseguido cagar. La fase de la moto, por ejemplo, podría haber sido divertida si no nos interrumpiesen cada veinte segundos (en ocasiones incluso menos) con una secuencia muy chula en la que nosotros no controlamos a Enoch, y nos sacan completamente de la acción. ¡Ya sé que todo es muy espectacular, joder, pero déjame disfrutarlo a mí un poco!

Ahora es cuando todos esperáis que yo diga que el juego es tan bonito que se le perdona todo o algo así, pero no. El juego es bonito y sorprendente al principio. Después, cuando te acostumbras a tener la pantalla llena de capas de texturas, lo que estás es hasta los cojones de tanta «originalidad». Que sí, hay escenarios de una belleza plástica acojonante, pero el diseño de personajes es lo suficientemente desastroso como para contrarrestarlo. No sirve de nada tener unos fondos tan bien trabajados, si los personajes que lo habitan transmiten una mezcla entre pena y vergüenza.

El Shaddai: Ascenssion of the Metatron es un mal juego. No es divertido cuando intenta ser un plataformas, no es divertido cuando intenta ser un juego de acción, y sobre todo no es divertido cuando intenta lo que sea que intenta el resto del tiempo. No es divertido nunca. Y es una pena, porque está claro que intenta ofrecer algo distinto, el problema es que falla tan estrepitosamente en todo, que se me hace imposible no recomendar otra cosa que ver el vídeo que he puesto más arriba, echarte unas risas con «lo locos que están estos japoneses», y tirar el disco a la basura.

Un tres!

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