Análisis: Dungeon Siege III

Escrito por en Análisis - 31 agosto, 2011

dungeon
Los dos primeros Dungeon Siege, hijos bastardos como muchos otros del genial e imperecedero Diablo 2, me parecieron auténticas ponzoñas que siempre me arrepentí de comprar y mucho más de jugar. Con este nefasto antecedente es perfectamente comprensible la suma cautela con la que me acerqué a su tercera entrega, que sólo compré cuando bajó de precio de manera obscena a las pocas semanas de su salida… y porque el nombre de Obsidian (Alpha Protocol y Fallout: New Vegas) me resulta demasiado atractivo como para dejarles pasar absolutamente nada. Por suerte, al contrario de lo que ocurrió con los mencionados dos primeros juegos de la saga, esta vez no me arrepentí. Ni mucho menos.

Mi mayor problema con los Dungeon Siege de hace unos años y por ende con prácticamente todos los clones de Diablo que han salido desde entonces, es que su mecánica me parece terriblemente aburrida. Hacer clic como un poseso (o dejarlo pulsado en su defecto) sobre un enemigo para matarlo y que te suelte un puñado de oro, un casco nuevo y unos cuantos puntos de experiencia resulta divertido las cien primeras horas; después se hace bastante coñazo. Los chicos de Obsidian, plenamente conscientes de este hecho ─o quizás por casualidad, quién sabe─ han creado un sistema de combate que se aleja completamente del mencionado y, especialmente en el máximo nivel de dificultad (muy recomendado), propone una mecánica en la que no dependeremos tanto de la velocidad con la que podemos hacer clic, como de nuestra habilidad pura y dura con el mando. Para que tengáis un buen ejemplo de esto, os informo que a lo largo de la aventura es posible encontrar un boss opcional bastante complicado que, en mis dos primeros enfrentamientos contra él, me mató sin que yo lo tocase una sola vez. Media hora más tarde era él el que yacía en el suelo agujereado hasta el culo.

Esta excelente mecánica de combate se basa en una serie de decisiones muy acertadas, que sin embargo al principio resultan muy extrañas. La primera de ellas, y esta dice mucho de la nueva orientación que tiene el combate, es que no hay pociones de ningún tipo. En su lugar tendremos que utilizar habilidades curativas a disposición del personaje cuyo maná recargaremos golpeando enemigos. ¿Qué quiere decir esto? Pues que para curarnos, básicamente, necesitaremos matar enemigos sin que ellos nos hagan daño. O lo que es lo mismo, necesitaremos dominar el arte de esquivar y bloquear. Y creedme, unas esquivas en el tiempo justo convertirán lo que en principio parece un combate imposible en un reto satisfactorio de superar. No obstante, de nuevo debo insistir en que jugarlo en difícil es fundamental.

A un sistema de combate sorprendente se une lo que posiblemente más feliz me haya hecho mientras jugaba: una historia, un trasfondo y una capacidad de tomar decisiones superior a prácticamente todo lo visto en Action RPGs durante esta generación. Sobre el guión del juego no haré ningún hincapié porque a mí no me hubiese gustado que me estropeasen ninguna sorpresa, así que tan sólo recomendaré un poco de paciencia para que la madeja se vaya desenrollando. El trasfondo, por su parte, es tan opcional como fascinante: en las estanterías, mesas y demás contenedores que pueblan las mazmorras del juego iremos encontrando montones de documentos que aportan un mayor grado de profundidad no sólo a la historia, sino al mundo en general que nos rodea. De nuevo, leer todo esto es completamente opcional, pero merece mucho la pena hacerlo. Por último, la capacidad de tomar decisiones está ahí y es lo que convierte a Dungeon Siege III en un verdadero RPG. Para que os hagáis una idea hay «detalles» tan encantadores como poder hacer que el final boss nos ayude y se una a nuestra causa al final del juego. También podemos cortarle el cuello, claro, pero eso es demasiado mainstream.

Ahora bien, si Dungeon Siege III tiene algo que pueda eclipsar a su divertidísima mecánica de combate y su más que correcta historia, eso es el modo de juego cooperativo. Ponerte a jugar con un amigo es tan sencillo como pulsar el botón «start» en el segundo mando, elegir uno de los tres personajes restantes, y empezar a pegar espadazos. Lo mejor de todo es que cuantos más jugadores haya activos (hasta un máximo de cuatro) más poderosos serán los enemigos, por lo que el desafío siempre estará a la altura. Además, dentro de las conversaciones (que son bastante habituales) cada jugador podrá elegir qué respuesta quiere dar, quedando a la elección del anfitrión el hacer caso a sus compañeros o no hacerlo. Llamadme estúpido (que sé que os encanta), pero no pude evitar pensar que si Mass Effect 3 va a tener multijugador tenía que ser exactamente esto. Ni más ni menos.

Pero claro, no todo son alabanzas y vítores para Dungeon Siege III. En el lado opuesto de la balanza tenemos un terrible desarrollo del personaje que hará que pasada la mitad del juego no sepamos en qué demonios gastarnos los puntos de habilidades… porque las buenas ya las hemos mejorado. Si a eso unimos que los atributos no se plasman todo lo bien que deberían sobre el combate, lo que nos queda es una sensación de progresión muy frustrante. Normalmente subir de nivel es motivo de regocijo y alboroto, en Dungeon Siege III sin embargo, pasado cierto nivel, es un mero trámite coñazo. Y eso es malo. No tanto como los dibujos con los que se narran las partes de historia y las consecuencias de nuestros actos, pero es bastante malo.

Tras terminar el juego en dos ocasiones ─una en solitario y otra en cooperativo─ la sensación que se me queda en el cuerpo es que Dungeon Siege III es un juego muy bueno al que no le hubiese venido mal un poco más de tiempo en el horno. Pero aún así, con el interior un poco crudo y la parte de fuera algo fea, supone un manjar que, por el precio al que puede encontrarse ahora mismo, nadie debería perderse. Al menos nadie que tenga hambre de un Action RPG diferente, de calidad y con el potencial para hacerte pasar un buen montón de horas de diversión cooperativa.

8

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