Momentos Ilustres: Braid

Escrito por en Artículos - 6 noviembre, 2012


«Lo siento, pero la princesa está en otro castillo», te comenta con la mirada vacía un dinosaurio de peluche la primera vez que intentas llegar hasta ella. Y jode. Jode porque el camino hasta el castillo no ha sido precisamente fácil. Pero sobre todo jode porque al final del mismo no estaba la princesa, sino un maldito dinosaurio de peluche. Así que vuelves a casa. Allí sigues intentando ordenar las piezas del rompecabezas para averiguar dónde puede estar la princesa. El problema no es que sea complicado, es que hace mucho que las perdiste.

«Lo siento, pero la princesa está en otro castillo», vuelve a espetarte un dinosaurio de peluche al intentar acercarte a ella por segunda vez, en esta ocasión habiendo pasado por el doble de calamidades para llegar hasta ahí. No tiene sentido. Ordenaste las piezas lo mejor que pudiste y todo lo que has conseguido es una nueva decepción. Así que vuelves a casa, de nuevo. Sin mirar atrás. Sencillamente te das la vuelta y te vas. Antes de darte cuenta estás de nuevo en la soledad de tu hogar. Y todavía quedan muchos rompecabezas por resolver.

«Lo siento, pero la princesa está en otro castillo», intentan decirte de nuevo tras pasar por aún más calamidades, tras encajar aún más piezas y tras conseguir ver las cosas desde una nueva perspectiva. Esta vez te da igual. El dinosaurio de peluche sigue con la palabra en la boca cuando pasas de largo. «La princesa está en otro castillo», dice, pero esta vez no le crees. Sabes que vas en la buena dirección. Estás convencido de que este es el camino. La princesa está justo delante. Solo debes continuar por el mismo camino que llevas recorriendo un buen rato para llegar hasta ella.

Y al final la encuentras. El esfuerzo realizado da sus frutos y está ahí. La ves a lo lejos, forcejeando con otro hombre. Ella huye y tú la sigues. La sigues porque la princesa hace tiempo que se convirtió en tu mundo y decidiste que harías lo que fuese para rescatarla. El camino no es fácil. Ni mucho menos. Pero da igual, porque sabes que merecerá la pena y es lo único que quieres, lo único a lo que aspiras. Subes un escalón, dos, tres… Y la ves. Está dormida al otro lado del cristal. Tan cerca. Y es entonces y solo entonces cuando te das cuenta. Te ves reflejado en el cristal y las piezas del puzle, esas que creías tener ordenadas, se caen al suelo de golpe.

La princesa nunca ha estado en otro castillo. La princesa no quería verte. De quien huía, de quien siempre estuvo huyendo era de ti. Y no te has dado cuenta hasta que la realidad te ha martillado la cara. Esta historia no era de amor. Tú no eras el chico. Y desde luego si ella era la chica, no era la tuya. Ahora lo único que te queda son un montón de piezas del rompecabezas que en realidad nunca quisiste resolver. Y quizás sea mejor así.

Mi análisis de Braid, por cierto, aquí.

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