Somos de colores

Escrito por en Artículos - 28 junio, 2012

Dicen que todos los negros de los videojuegos tienen un cierto aire a Eddie Murphy. Que los árabes de los Call of Duty tienen un olor especial, que no es que sea malo, pero sí más fuerte. Que es normal que los españoles siempre tengamos bigote y estemos de sarao, porque lo nuestro es irnos al fútbol y que nos rescaten otros. Sin clichés y estereotipos no somos capaces de entender las diferencias. Pues esto hace que la mayor parte de las veces, hagamos el ridículo.

Pongamos como ejemplo el melting pot videojueguil que es el sempiterno Street Fighter. Viajar por ese mapa entre contrincante y contrincante se me antoja una suerte de experiencia portaventuriana, que recoge muchas partes del mundo pero todo huele a cartón piedra y a rancio. Un japonés siempre debe ser karateka, sólo hay americanos guaperas/patriotas/negratas y el español es un narcisista fiestero de sexualidad ambigua. A menos que haya un italiano. Si hay un italiano él es narcisista y el español es un gañán. Todos somos muy multiculturales, pero si sale una alemana arisca, al menos que sea una MILF de tetas grandes.

Don Flamenco de Punch Out representa a todo españolito medio de bien.

 Sostengo una teoría que, como todo lo que escribo, hace aguas por todas partes. Se basa en el arraigo cultural de los dos mayores mercados productores de videojuegos: Japón y Estados Unidos. El país nipón conserva un fuerte respeto por su folclore y la herencia cultural de sus ancestros. Figuras centenarias, como esas escorts místicoexóticas conocidas como Geishas, conviven con el fanatismo tecnológico de una sociedad pionera en I+D. Para los japoneses, un samurai o un templo zen milenario representa una imagen fiel de su cultura. No es de extrañar que consideren que el resto del mundo también defenderemos nuestros iconos folk como una imagen representativa. Pero en España hacemos sketches de Omaíta con nuestras cosas. Por su parte, el maniqueísmo estadounidense siempre ha propiciado el uso de estereotipos ramplones en todos sus productos culturales. Estadounidense: Bueno // Comunista-árabe: Malo // Latino: Sucio-gañán. Obviamente, si el resto del mundo tomamos estas bases narrativas videojueguiles, acabamos por legitimar el modelo.

Uno de los últimos ejemplos de uso respetuoso de identidades culturales que he sufrido, ha sido el soporífero Assassin´s Creed. Lo único que salvo de la quema es el enorme trabajo de producción del juego, tanto a nivel técnico como de guionización. Con ello no quiero decir que escribieran un buen guión, pero tiene algunos puntos muy decentes, como el planteamiento de los roles culturales de cada personaje. En este juego nos encontraremos con judíos, sarracenos, cristianos… y todos son bastante hijoputas y fieles a sus causas y argumentos. El protagonista, el único que parece tener una moral fuera de toda duda, es musulmán.

Nuevos estereotipos por explorar: El Chinegro molón.

Aunque trabajamos con el concepto de aldea global desde hace más 50 años, parece que hayamos adquirido nuestros conocimientos en la Exposición Universal de Londres de 1851. ¿Cuantos españoles rurales mexicanizados tendremos que seguir aguantando? ¿Cuantos negros molones con el pelo a lo afro y orientales silenciosos de pasado turbulento nos quedan? ¿Es que acaso somos así de gilipollas y no entendemos, o no nos interesa, indagar un poco más allá en nuestra propia diversidad cultural?

El juego del viernes XLIV

Bayonetta, Lollipop Chainsaw y el onanismo desbocado