Retro Amor: Yoshi's Island

Escrito por en Retro Amor - 4 enero, 2012

Imagen | Retronoob

Este post, en realidad, debería titularse algo así como HIPER-SUPER-DUPER-GIGA-MEGA-TETA-AMOR y debía haber sido escrito con mi cuerpo a punto de sucumbir a las drogas, el alcohol barato y la compañía de unas prostitutas polacas con las que mis amigos querían haber pasado la nochevieja. Seguramente habría sido más cafre y me habría pensado menos lo que podría poner de un juego que me marcó tanto. En su lugar, aquí estoy en batín, con un café, sobrio y viendo cómo me insultan por Twitter. Yoshi’s Island mola igualmente.

Cuando uno viene de jugar a pocas cosas en su vida y juega a Super Mario World, parece que el mundo se hace grande de pronto: la capa para volar, Yoshi, los niveles, todo era un salto enorme con respecto a lo que había visto antes. No es de extrañar que su «secuela» (más bien por motivos de márketing que por otra cosa, pues muy poco tienen que ver) aumentara en otros miles de kilómetros mi mapamundi particular del videojuego.

En su momento, Yoshi’s Island era sorprendente sobre todo por su aspecto gráfico único. En el desarrollo del juego, Miyamoto y su equipo les dieron un toque de atención desde arriba y les «dijeron» que emplearan las últimas mejoras tecnológicas introducidas en los cartuchos de la SNES y los gráficos pre-renderizados ya vistos en Donkey Kong Country. El caso es que las presiones de la directiva llegaron a buen puerto porque los señores tras el juego acertaron de lleno al darle ese aspecto de cuaderno para pintar con ceras. Ya soy pesado con esto, pero es que Yoshi’s Island tiene mejores gráficos que Uncharted 3, por ejemplo. No voy a volver a explicar de nuevo por qué. A esto le añadimos nanas y cancioncillas infantiloides que se pegan como los mocos y que ya las quisiera haber compuesto Miliki. O Metallica, porque hay temazos como este que mandan a tomar por culo el Load entero.

Mejor que Metallica, esto es así. Megaman 3 y esto se mean en el gebi.

Sí, horas interminablemente buenas disparando pipos de sandía, dejando inconsciente a monos simpáticos, lanzando huevos a toda hostia, convirtiéndote en topo mecánico o un helicóptero, siendo ingerido por un sapo al que vences dándole huevazos en la glotis, teniendo un ciego de peyote o, en lo mejor que se ha visto jamás en ninguna consola, haciendo un bebé superhérore capaz de correr por los muros y usar una capa como paracaídas. H-A-M-O-R.

Luego, ya de más viejo, coges el juego y todo sigue siendo genial: ¿de cuántos puede decirse lo mismo?. El caso es, que ahora que soy algo más mayorcito y me he vuelto un gafapasta-moderno-default con nombre de chucho (hola, ¿qué tal nenas?), me doy cuenta de lo genial que era la mecánica del juego y de que fue de los primeros plataformas que jugué donde se le daba más importancia al camino que a terminar el nivel antes de que se acabara el tiempo. De hecho, no tiene tiempo límite. Por si no sabéis a lo que me refiero, sabed que eso de las monedas rojas que tanto usan ahora todos los Super Mario se inventó en este juego. El culetazo, también.

Encima, el juego hace gala de una obsesión por el detalle. ¿A qué me refiero? A cosas como las animaciones de los monos. O le movimiento de las cejas de los monstruos acuáticos. O a cuando Yoshi se rasca sin más la barbilla. Cosas estúpidas que no se te olvidan nunca. Cualquier enemigo lo recuerdas por sus animaciones, por sus pequeñas chorradas. Y así todo, con mucho amor, mucho mucho amor.


Mi primera borrachera

Ya fuera de coñas. Juego a Yoshi’s Island ahora y no solo me recuerda a lo que pudiera ser la infancia sino también lo que es la madurez. De niño todo son colores y pequeñas cosas bonitas, aunque también momentos de miedo (joder, el jefe final del juego me acojonaba vivo, no es para menos). De viejo, tienes que dejarte el culo y los huevos (toma esa) para conseguir tus objetivos. Qué puñetas, yo sin ser padre aún, veo hasta que la paternidad se ve reflejada en este juego: no han sido pocas las veces que intentando que el puñetero Baby Mario dejara de llorar he saltado a por él y he terminado en un agujero. ¿Eso no es ser padre o madre? Al menos la mía, cada vez que escuchaba el llanto del personaje, se ponía de los nervios.

Si no juegas a este juego y sonríes con determinados momentos, no tienes alma ni vida.

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