Retro Amor: Wonder Boy III-The Dragon's Trap

Escrito por en Retro Amor - 3 mayo, 2011

Si hay algo que caracterizaba a los juegos de 8 bits era la linealidad de los mismos, la nula posibilidad de salirnos de un camino prefijado, completando fase tras fase dando saltitos hasta llegar al enemigo final y derrotarlo, Congratulations! y fin. ¡Y nos divertíamos con ello! Sin embargo, de vez en cuando aparecía algún juego con un poco más de libertad en su desarrollo… Y nos parecía grande, muy grande. Wonderboy III: The Dragon’s Trap fue uno de ellos.

Cuando leemos la palabra Wonderboy, automáticamente pensamos en ese juego con un niño rubio con taparrabos haciendo footing por la selva, lanzando tomahawks y montando en monopatín. Uno de los Arcades que hizo grande a SEGA y una de las franquicias más infravaloradas de la historia de los videojuegos.

Podría ser algo así como «El Lago Azul-el Videojuego» y que al final Brooke Shields nos enseñara las tetas, pero no lo es…

Olvidémonos de ese chicho rubio. Esta tercera parte no tiene absolutamente nada que ver con el planteamiento Arcade del primer Wonderboy. Ahora no tiraremos siempre hacia delante, sino que podremos explorar a nuestro antojo, eligiendo el orden que nos parezca para derrotar a los distintos dragones que controlan el universo de Wonderboy.

Otro damnificado por la Maldición Bubble Bobble

Nuestra misión: recuperar la forma humana tras haber sido maldecido y transformado en hombre-lagarto por un dragón. Y ahí está la gracia del juego: las distintas transformaciones, cada una con sus diferentes habilidades, que obtendremos cada vez que derrotamos a un dragón. Como hombre-lagarto escupiremos bolas de fuego, podremos volar como hombre-pájaro, bucear como hombre-piraña, romper bloques siendo un hombre-león y escalar superficies imposibles transformados en hombre-ratón. Cada una de esas habilidades nos permite alcanzar zonas inexploradas del mapa, inaccesibles con nuestra forma anterior, sea para combatir contra un dragón o para conseguir tesoros y así mejorar nuestra vida, ataque y defensa o adquirir armas secundarias.

Si llegas a la superficie y saltas, cuidado con que Simon Belmont no te de un latigazo

Por si no os habéis dado cuenta, estamos hablando de un juego con “elementos RPG” y desarrollo a lo “Metroidvania”, o también se le podría llamar «Action RPG», conceptos que a día de hoy nos parecen de lo más habitual pero que en 1.989, cuando se publicó el juego (aunque yo lo jugué un par de años más tarde), suponían algo terriblemente novedoso y excitante para cualquier chaval que lo más sofisticado a lo que había jugado era Alex Kidd in Miracle World. Un juego largo, en el que podíamos guardar nuestros progresos mediante contraseñas, sin “pantallas” (aunque con enemigos finales), donde nuestro personaje crecía y se hacía más fuerte a medida que explorábamos utilizando nuestras recién adquiridas habilidades… Todo un elenco de novedades para muchos de los que empezaron a HAMAR los videojuegos a principios de los 90.

Escalando como una rata cualquiera

Y este desarrollo, más complejo de lo habítual, desentonaba un poco con esos gráficos tan alegres, coloridos e infantiloides, muy habituales en la consola pequeña de SEGA. Pero una vez nos dábamos cuenta que este Wonderboy III no era tan «para niños» como nos lo pintaban los sprites, todo era empezar a disfrutar como un crío. Como un crío con toques RPG pero un crío al fin y al cabo…

Todos los plataformas que se precien deben tener una fase del Antiguo Egipto con una momia de Final Boss.

Siempre que hablamos de  la SEGA Master System, suelel venirnos a la memoria títulos como Sonic, Alex Kidd y otros clásicos de SEGA pero, sin lugar a dudas, si tuviera que llevarme una Master System con un juego a una isla desierta, me llevaría Wonderboy III-The Dragon’s Trap, uno de los imprescindibles de la 8 bits de SEGA. ¡Y reto a cualquiera que lo haya probado que me justifique lo contrario!

No me cansaré de decir lo Cutre-Amorosas que eran las portadas de Master System

Los requisitos de Duke Nukem Forever

El formato físico como legado