Análisis: Dragon's Lair

Escrito por en Análisis - 4 julio, 2010

¿Dragon’s Lair? ¿Pero eso no es un juego de los años ochenta? – os estaréis preguntando. Pues sí señor, concretamente de 1983, es decir, de mucho antes de que algunos de vosotros nacieseis. Pero este análisis se corresponde a la versión de iPhone, que salió el año pasado con algunas novedades bastante interesantes con respecto al laser disc original. Así que si os parece bien, un servidor, que nunca jugó al original en su día, os va a contar cómo ha envejecido uno de los grandes clásicos de la historia de los videojuegos.

Mal. Dragon’s Lair ha envejecido muy mal. El juego es básicamente una sucesión de «quick time events» sobre un fondo de dibujos animados ochenteros, en el que interpretamos a un caballero bobalicón pero bastante habilidoso, que se adentra en un castillo siniestro y de construcción improbable, para rescatar a una princesa disfrazada de putón verbenero de las garras de un dragón escuálido. Por si acaso no sabéis de que va el tema, cuando digo «sucesión de QTE», es literal. El juego es una cadena interminable de molestas pulsaciones sobre la pantalla. De principio a fin, desde que entramos al castillo hasta que rescatamos a la princesa, sólo «quick time events». Así que si como yo odiáis jugar al «Simon» y las pasáis putas en los combates contra los jefazos de God of War ya podéis dejar de leer, porque este no es vuestro juego.

¡Vaya culete!

Me gustaría utilizar al menos un párrafo para contar las bondades de este clásico atemporal del mundo de los videojuegos, pero lamentablemente no puedo hacerlo. Y sé que muchos de vosotros me tiraréis vuvuzelas a la cabeza por ello, pero a vosotros os pido que os quitéis por un momento las gafas de la nostalgia y miréis al juego como lo que es: un producto con una jugabilidad aburrida, tediosa y muy repetitiva. Un producto que, salvando una animación con cierta carisma, no tiene absolutamente nada bueno. Su protagonista no tiene carisma ninguna. De hecho, a lo largo de mis dos partidas ha podido morir como un millón de veces y en todas ellas me la ha sudado muchísimo. La princesa… bueno, la princesa es bastante desconcertante, porque desde luego no va vestida como una princesa, y tiene una voz de yonki ninfómana que lo flipas. Y la historia oscila entre lo inexistente y lo lamentable.

Por desgracia para mi (y para el euro que pagué por el juego) no estoy exagerando ni un poquito. El juego comienza con el atrevido Dirk, nuestro protagonista, entrando al un castillo. Desde ese momento y hasta el final del juego iremos avanzando por un montón de habilitaciones de apariencia inconexa, mientras de vez en cuando vemos a la princesa siendo arrastrada por un misterioso personaje. Y así hasta el final, donde evidantemente vencemos al dragón y nos quedamos con la chica en la que es, posiblemente, la peor escena de «rescate de princesa» de la historia. Resumiendo, ella se sube a tus brazos y cuando no ha terminado de besarte ya está la pantalla en negro con los créditos bajando. Eso sí, con las pintas que se gasta la amiga sabes que te va a recompensar bastante mejor que Peach. Ya sabéis a lo que me refiero.

¡Vaya tetacas!

En cualquier caso, dejando de lado lo nefasto que es el juego en todos sus aspectos, debo admitir que la versión para iPhone no es mala. Incluye dos modos de juego: arcade y sobremesa, cuya fundamental diferencia es que en el primero, cada vez que te matan tienes que repetir la habitación desde el principio; mientras que en el segundo continúas adelante de todos modos. Y no, por algún motivo ninguno de los dos resulta menos coñazo. Más que nada porque llegado un punto, el juego decide repetir las mismas habitaciones que ya te has pasado, pero invirtiendo la imagen. Toda una muestra de buen gusto y saber hacer.

Modos de juego aparte, la edición de iPhone también te permite cambiar algunas opciones interesantes, como adaptar el control para zurdos, agrandar el tamaño de los «botones», o restringir el número de vidas, que por defecto es infinito. Además tenemos un enorme panel de puntuaciones máximas con el que comparar todos nuestros resultados, algo que no me deja de resultar gracioso, porque honestamente no puedo imaginarme que nadie se haya pasado el juego más de dos o tres veces. Por lo menos no voluntariamente, claro.

En definitiva, que ya me estoy extendiendo demasiado, Dragon’s Lair es un juego al que el paso del tiempo le ha sentado como un tiro. De la misma forma que hay títulos como Super Mario Bros que con sólo tres años más aguantan el tipo y siguen siendo divertidos, hay juegos como el que nos ocupa que dan auténtica pena. Puedo entender que hace casi 30 años la gente se quedase con el culo roto ante algo así, pero a día de hoy es una antigüedad que, como diría Indy, debería estar en un museo… no en la jodida appstore.

Mercadillo Ilustre Vol. 55

Oda a Game Boy