La piratería según Ubisoft

Análisis: Assassin's Creed IV

Escrito por en Análisis - 7 mayo, 2014

Los piratas molan. Desde que Playmobil sacó su barco pirata, todo niño ha querido surcar los siete mares en busca de tesoros y galeones hundidos. Y parece que, tras unos años sin referentes destacables en los videojuegos, alguien se ha dignado a darles un papel importante que no tenían desde los ya lejanos Monkey Island. Y ha tenido que ser Ubisoft quien vuelva a hacer un videojuego de piratas de calidad. Y afortunadamente, se ha dado cuenta que los piratas molan más que los asesinos.

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Retrocedemos en el tiempo por primera vez en la saga para encarnar esta vez a Edward Kenway, un escocés que, como un Guybrush Threepwood más, pretende ser el pirata más terrible y cosechar fama, fortuna, mujeres y ron a cada puerto que atraca. No hay Credo ni religión que importe: Kenway es el personaje más canalla, egoista e interesado de todos los que han pasado por el Animus y su motivación principal es amasar dinero y venderse al mejor postor. Un punto de vista distinto al visto hasta ahora.

Esta vez, los desarrolladores de Assassin’s Creed han acertado de lleno al coger las batallas navales, lo mejor del decepcionante Assassin’s Creed III, y transformarlo en el pilar central de la nueva entrega. Porque, a pesar que las mecánicas de saltitos, atalayas y puñaladas todavía están ahí, cada vez el juego se parece menos a las aventuras de Altaïr que encandilaron tanto a la prensa como aburrieron a los jugadores. Porque el auténtico protagonista de Assassin’s Creed IV: Black Flag no es Edward Kenway, ni los Asesinos, ni los Templarios, ni Abstergo… Es el Jackdaw, nuestro bergantín.

Gracias al Jackdaw me he pasado horas navegando por el mar Caribe, arrinconando en el GPS ese signo de exclamación que me indicaba la ubicación de próxima misión, solo tocando tierra para repostar munición, reparar los daños tras abordar varios navíos españoles o ingleses o para mejorar su casco y artillería.

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Las rencillas entre asesinos y templarios, una guerra a la cual asistimos casi como espectador ya que Edward consigue su traje y hojas ocultas de una forma no muy aceptada por el Credo durante el prólogo del juego. Las cansinas misiones-tutorial que transformaban en algo agónico las primeras horas de juego se reducen a un par de secuencias bastante disimuladas y no hace falta esperar demasiado para disponer de nuestro propio barco y gozar de libertad absoluta de movimiento. Entonces es cuando el juego se transforma en el sándbox de piratas que Rockstar nunca hizo.

Hundir o abordar barcos enemigos, formar nuestra propia flota y comerciar bienes por todo el mundo, destruir y ocupar fuertes enemigos, bucear entre tiburones buscando tesoros en pecios sumergidos, arponear ballenas y tiburones, liarse a mamporros en las tabernas, asaltar almacenes de provisiones, hallar tesoros enterrados gracias a mapas en los que una X marca el lugar, cazar y despellejar animales exóticos y emborracharse… Ya les gustaría a otras sagas de periodicidad anual variar tanto entre una entrega y la siguiente como lo ha hecho Assassin’s Creed IV con su predecesor. Solo he echado en falta un poco de vudú para tener todos los ingredientes que desearía ver en un juego de piratas.

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Y no es solo eso: en Assassin’s Creed IV podemos (y de hecho es mucho más divertido) pasarnos por el forro de los cojones las mecánicas de sigilo habitual (algo que necesita una profunda revisión para futuras continuaciones, ya que cada vez parece más postizo y caduco. Señores de Ubisoft: jueguen a Dishonored) y luchar a pecho descubierto con los guardias y piratas, sin bombitas de humo ni hojas ocultas. A sable y pistola. De hecho, creo que nunca había matado a tanta gente en un Assassin’s Creed.

También hay que decir que, como me pasó en Assasin’s Creed III, no tenía ni idea de los personajes históricos ni de los sucesos que se intentan representar en el juego, solo que esta vez eso no ha sido impedimento para gozar como un gorrino alcoholizado. He tenido la impresión que esta entrega pretendía ser menos “educativa” que las anteriores, con menos peso de localizaciones y sucesos reales. Sin lugar a dudas, los piratas propician un escenario mucho más atractivo que la Guerra de Independencia de EEUU y eso se nota.

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Es curioso que lo más flojo del juego sean los elementos más característicos de la saga: las atalayas, los asesinatos, esconderse en los arbustos y en los fardos de heno y las inevitables pajas mentales de Abstergo, aunque en esta vez tienen menos peso que en anteriores entregas. Por eso, Assassin’s Creed IV: Black Flag es la ocasión perfecta para todos aquellos que tengan pendiente darle una oportunidad a la franquicia. Porque Assassin’s Creed IV es el juego menos Asssassin’s Creed hasta la fecha, y, aunque resulte paradójico, eso es bueno.

Ah, y tiene multijugador. Pero ya paso de probarlo.

9

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