25 años de portátil

Nunca tuve una Game Boy

Escrito por en Artículos - 21 abril, 2014

Hoy se cumplen veinticinco años del lanzamiento de la portátil más mítica de la historia de los videojuegos. Forma gris. Pantalla monocromática. Una cruceta digital. Dos botones bien orondos de color magenta. Si, ya sabéis de lo que hablo. Nunca entendí del todo esa suerte de rejilla colocada en la esquina inferior derecha del aparato. Sé que el sonido salía de ahí pero tampoco me sorprendería que fuera una especie de conducto de ventilación de las entrañas de la máquina de Nintendo. Una rendija de ventilación. Pero vamos, que voy a saber yo. Yo nunca tuve una Game Boy.

Cuando veía una Game Boy siempre me preguntaba si en algún momento fue blanca la consola que tenía mi primo entre sus manos. Quizás se había ido decolorando con el tiempo. En mi cabeza estaba presente la evolución bien clara del matizado de la pequeña de Nintendo. Blanco. Gris. Amarillo. En ese último se encontraba esa consola ya familiar para mi. Bueno, a veces se encendían las mejillas también. Pero solo cuando había Risketos en nuestro poder. Que iba a saber yo que la consola se creó en un aburrido color grisaceo. A nadie le gustaba el gris cuando yo corría entre las piernas de mis progenitores. ¿Cómo una pieza tecnológica con la capacidad de otorgar diversión al que la tuviera entre las manos iba a ser hija del plomizo? Sí, me crié en un barrio negro. Negro de SEGA.

Tetris. Pokémon. Super Mario Land. Kirby’s Dream Land. Zelda: Link’s Awakening. Nada. No pude disfrutar de estos videojuegos cuando era un meco. Y cuando uno ya tenía acceso a ellos vía emulador, pues ya no es lo mismo. Además del enfrentamiento gráfico al que uno se tiene que mentalizar, la propia experiencia de poder disfrutar de estos títulos en cualquier parte se pierde al cambiarla por estar frente a una pantalla infinitamente más grande y con un mando de control entre las manos. Videojuegos creados para ser gozados en cualquier parte. En el recreo. En el autobús. Debajo de las sábanas cuando tu madre ya te ha apagado las luces. Tener que capar esa experiencia es demasiado precio a pagar. Lo siento, emular Game Boy no es para mi.

Nunca tuve una Game Boy. Pero tampoco tuve nunca una Game Gear. Nada. Hasta la adquisición de una Nintendo DS, lo máximo que puedo decir que estuve del videojuego portátil fue de una máquina de «99 juegos» como ya expliqué hace un tiempo. Y realmente no he sacado la consola a espacios públicos donde jugar, más allá de algún viaje esporádico en algún medio de transporte. Tengo una consola portátil que disfruto en casa. O en el baño. No podré decir que jugaba en el recreo mientras otros miraban mis avances en el juego de marras. Yo era de los que miraban. Uno de los de la fila de atrás. Aunque no demasiado ya que la envidia era suprema y antes que ver a otro meco jugar, prefería darle patadas a una botella de plástico sobre la grava de lo que decíamos que era un campo de fútbol. No puedo decir que fuera más emocionante esquivar alguna jeringuilla aleatoria en el patio del recreo que jugar a la Game Boy. Quizás hubiera deseado esto último pero nunca pude.

Me alegra que una consola haya cumplido un cuarto de los cien años a los que todo humano es proyectado a vivir según se dice. Me alegro por mi primo y por su consola amarillenta con la que a veces pude jugar. Me alegro por todos aquellos que recuerdan esas viejas partidas a viejos juegos en sus viejas casas. Siempre está bien celebrar este tipo de logros. Yo no puedo decir que vaya a abrir una botella de Glenfiddich en este día pero oye, bien por los que pueden. Nunca tuve una Game Boy pero celebro su nacimiento. Sobre todo, por aquellos a los que afectó profundamente. Nunca tuve una Game Boy pero entiendo ese sentimiento. Tardes frente a la pantalla. Tardes de juventud y recuerdos.

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