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Metal Gear Solid 3: Snake Eater

Escrito por en Análisis - 25 marzo, 2014

Metal Gear Solid (1) es un juego que va sobre un señor que se mete en una base llena de terroristas muy raros y los revienta a todos. A algunos varias veces. Metal Gear Solid 2 va sobre un señor diferente que se vuelve a meter en una base llena de terroristas aún más raros y los revienta a todos. A algunos varias veces. Y Metal Gear Solid 3: Snake Eater, por supuesto, va de otro señor distinto que se vuelve a meter en una base llena de terroristas muy raros —aunque antes pasa por una jungla— a los que revienta. A algunos, sí, lo habéis adivinado, los revienta varias veces. En las dos primeras entregas de la franquicia la fórmula funciona sin demasiados problemas, y en esta tercera no sólo es que funcione, sino que por fin todo encaja y se conjuga para crear un videojuego que, esta vez sí, es verdaderamente redondo.

Metal Gear Solid 3: Snake Eater empieza, y en un simpático guiño a la tremenda bofetada de Metal Gear Solid 2, hace creer al jugador que va a volver a ponerse a los mandos de Raiden. Esta vez el engaño dura menos. Y aunque por motivos puramente temporales el jugador no controla a «su Snake de toda la vida», sale ganando con el cambio. Big Boss es una versión aún más pasada de vueltas y hasta cierto punto humana de Solid, que además —gracias a los maravillosos avances de la tecnología que vinieron acompañando a la Playstation 2— es capaz de hacer muchas más «movidas de espía», que al fin y al cabo es lo que une a jugador y avatar durante el transcurso del videojuego. A Big Boss tendremos que disfrazarlo de científico (máscara de Misión Imposible incluida) , aplicarle distintos camuflajes dependiendo del lugar en el que nos encontremos, darle de comer todo tipo de animales salvajes, o entablillarle brazos rotos entre otras cosas. Pueden parecer detalles estúpidos poco relacionados con la historia o incluso con la mecánica, pero son una parte tan importante del tejido de nuestro héroe como el resto de personajes secundarios que gravitan en torno a él.

Metal Gear Solid 3: Snake Eater es un videojuego de espías ambientado en la época más propicia posible para el género: la guerra fría. En un golpe de genio, Hideo Kojima «se desentiende» de toda su obra anterior, opta por el socorridísimo flashback que tan jodido resulta si se hace mal, y de una tacada es capaz de crear una historia cojonuda cuyas piezas —para variar— encajan a la perfección en los morros del jugador; al mismo tiempo que configura un trasfondo estupendo para las entregas anteriores (y futuras) de la franquicia. El pilar principal de este nuevo trasfondo introducido in media res dentro del lore de Metal Gear es The Boss, el mejor antagonista al que un tipo como Snake/John/Jack/Big Boss puede aspirar. The Boss es un personaje que, al contrario que el resto de enemigos y secundarios, consigue conectar con el jugador. Desde el principio sabemos que será ella quien esté frente a nosotros en la recta final del juego, y aunque controlando como controlamos al protagonista de la aventura somos conscientes de que tarde o temprano habrá que pasarle por encima, es imposible no sentir cierto remordimiento. Especialmente tras la —casi interminable— secuencia final.

metal gear solid jar

Aunque The Boss es de largo el mejor personaje introducido en Metal Gear Solid 3: Snake Eater y el que de una forma u otra lleva al jugador de la mano por la historia, no es ni mucho menos el único. Donde en otras entregas de la franquicia había secundarios insustanciales que o bien no tenían ninguna importancia o bien nos robaban el show, en esta ocasión encontramos personajes muy completos. Eva, la «mata hari» perfecta, tiene uno de los «papeles de chica» más perfectos que he visto en un videojuego; mientras que otros como el joven Ocelot, consiguen crear un triángulo de poder tan desconcertante como interesante durante casi todo el desarrollo del juego. Además, Kojima sustituye las chapas gordísimas a través de códec, por conversaciones tan inconexas como amenas sobre el cine de los cincuenta y sesenta. Total, puestos a ser absurdos, mejor tirarnos a la piscina con el traje de chaqueta.

Sin embargo, lo realmente bueno de Metal Gear Solid 3: Snake Eater no es que tenga una historia, una ambientación y unos personajes obscenamente mejores y más trabajados que los dos títulos anteriores de la saga, sino que a nivel jugable también deja en pañales a sus hermanos mayores. Controlar a Big Boss, algo tan simple como moverlo de un lado a otro, disparar, y en definitiva, hacer las «movidas de espías» mencionadas anteriormente, es un auténtico placer. Tratándose como se trata de Hideo Kojima, estoy absolutamente seguro de que esta sensación de estar manejando a un personaje más competente que Raiden o Solid, es totalmente intencionada. E intencionadas o no, se agradecen todas las mejoras. Se agradecen porque con Raiden nunca tuve la sensación de estar controlando «al puto amo», y con Big Boss la tienes incluso cuando te tienen capturado y te están torturando. Porque sí, en Metal Gear Solid 3: Snake Eater te torturan. Algo me dice que Kojima primero piensa en la escena en la que torturan al protagonista de su videojuego, y a partir de ese momento crea todo lo demás.

Ir contracorriente es algo que me encanta, y por llevar la contraria soy capaz de defender la impepinable calidad de Arbeloa. Pese a ello, por más que me gustaría soltar aquello de «pues a mí Metal Gear Solid 2 me gustó más» y quedarme tan ancho, me veo incapaz. Metal Gear Solid 3: Snake Eater lo hace absolutamente todo mejor. Por descontado, el juego sigue teniendo todas los detalles, guiños y chorradas tan característicos de la saga, pero por primera vez estos no eclipsan lo realmente importante, que es todo lo demás. Al terminar de ver los créditos no me quedo pensando en lo divertido que es darle besos a las taquillas o en cómo un enemigo me ha leído la memory card, sino en lo satisfactorio que ha sido formar parte de una experiencia tan jodidamente redonda como Metal Gear Solid 3.

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