Sonic the Hedgehog VS. Super Mario World

Duelo de titanes

Escrito por en Artículos - 22 marzo, 2014

Las batalla de consolas actual me da ganas de cagar. En serio. Los sonyers y los xboxers se dedican a justificar la supremacía de un sistema frente a otro lanzándose pullitas técnicas como si fueran heces en una batalla de primates. Señores, las batallas entre sistemas se ganan CON JUEGOS y no con resoluciones, tiempos de carga o frames por segundo. Y si las batallas entre consolas han tenido un clímax indiscutible fue entre la Super Nintendo y la Megadrive. Y sus estandartes estaban bien claros: Super Mario World y Sonic the Hedgehog.

Mario ya era un mito a principios de los noventa y “jugar a la nintendo” era el equivalente del “jugar a la plei” actual. El fontanero con bigote gozaba del status de icono de la marca japonesa gracias a las diversas apariciones en la NES, siendo Super Mario Bros. 3 el no va más de la 8 bits de Nintendo. Estaba cantado que la consola de 16 bits de Nintendo tenía que empezar fuerte, y no pudieron hacer nada mejor que estrenar el Cerebro de la Bestia con Super Mario World.

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Han pasado ya muchas generaciónes, pero la brillantez del catálogo inicial de Super Nintendo sigue invicto

Sega, por su parte, andaba algo descabezada. La Megadrive partía la pana hasta la llegada de la Super Nintendo, fue la única consola de 16 bits del mercado durante un tiempo y yo aún recuerdo ver en las tiendas el pack de la consola con Altered Beast de regalo. Entonces llegó Sonic. Un icono ya nacido de pleno en los noventa, con todo lo que debe gustar a un pre-adolescente: un aspecto algo rebelde y enrollado que contrastaba con la imagen afable de Mario, un personaje que no consigue emanar agresividad por muchos disfraces que se ponga… ¿Será por el peto con tirantes?

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Con Sonic the Hedgehog, Sega consiguió lo que llevaba tiempo buscando: una mascota. Entonces los videojuegos aún eran un producto claramente infantil y todo lo infantil debía tener mascota, una criatura chillona que obligara a los niños a comprar ese producto, fueran cereales, chocolatinas o refrescos. Dio una patada a Alex Kidd y a los mazas de Altered Beast para meter el primer juego del erizo como juego incluido con Megadrive (y más tarde, con la Master System). Había nacido una estrella y Sega haría todo lo posible para que el erizo eclipsara al fontanero.

Super Mario World y Sonic the Hedgehog. Podría ejercer de fanboy cebolleta y decantarme hacia uno de los dos juegos pero no puedo. En primer lugar porque los dos son clásicos por méritos propios. Y en segundo lugar porque me parecen los dos juegos tan diferentes entre si que no hay lugar para absurdas comparaciones. Ambos aprovechaban al máximo los sistemas para los que fueron lanzados.

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Cuando la exclusividad era la norma, acudir a los colegas era la única opción para descubrir otros juegos

Por una parte, Sonic: The Hedgehog era un subidón de azucar hecho píxel: rápido, colorido, con un estallido de imágenes que deja en ridículo a las tragaperras más escandalosas del casino. Recorrer los loops de Green Hill quemando zapatilla era una sensación que nos dejaba a todos alucinados, aunque ese paseo acabara de golpe con el erizo chocando contra una piraña mecánica y perdiendo todos los anillos recolectados de golpe. Pero nos daba igual.

Y por la otra, Super Mario World. La paleta de colores parduzca y paliducha dejaba paso a un Reino Champiñon en el que parecía que las nubes se habían disipado y nos ofrecía un juego lleno de desafíos, secretos y novedades que hasta entonces nunca habíamos experimentado en un juego de plataformas. Y por supuesto, Yoshi. El hecho de poder montar a Mario sobre un dinosaurio que se comía a los enemigos y vomitaba sus conchas vacías como arma arrojadiza fue una incorporación que no dejó indiferente a nadie.

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Pero entonces podíamos considerarnos afortunados si teníamos una consola de 16 bits en casa. A diferencia de ahora, tener varias consolas en casa un lujo al que solo accedían el niño de papá que iba a tu clase y que su papá le traía los cartuchos de importación. Los que tenían una Megadrive se morían de ganas de jugar a Super Mario World y los que tenían una Super Nintendo les apetecía sentir en sus manos la velocidad de Sonic the Hedgehog.

Los rivales se respetaban entre sí y se admiraban mutuamente en lugar de limitarse a echarse mierda unos a otros pese a tener en común más del 75% del catálogo de juegos. Todos teníamos un amigo con la otra consola y de vez en cuando nos pasábamos por su casa para ver que nos perdíamos, y él hacía lo mismo. Y había envidia, sí, pero sin insultos y bravuconadas por haber elegido una y no otra, ademas que muchas veces eran nuestros padres los que habían decidido y no nos quedaba otro remedio que no fuera disfrutar con el regalo. Por eso, cuando veo esas imágenes comparando resoluciones o texturas entre una versión y otra no siento otra cosa que no sea ascopena. Será que me estoy volviendo viejo…

Raciones de Epildoritas #122

Ganadores del IGF 2014