Análisis - Metro: Last Light

Escrito por en Análisis - 28 mayo, 2013

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Me gustó bastante Metro 2033 (aquí análisis de Andresito) por la sencilla razón de que los FPS pasilleros con buena ambientación, un poco de terror y monstruos siempre me recuerdan a Quake, el que yo considero EL SHOOTER. Metro: Last Light continúa por ese camino, y es un gusto echar el guante a un pegatiros donde la campaña es la protagonista indiscutible y no un mero trámite antes de ponerse a pegar berridos en el multijugador. Su antecesor también me llamó la atención precisamente por esto. Bueno, y porque era un juego sobre rusos. [Se pone en pie] Rossíya mat strana!.

Metro: Last Light arranca donde lo dejó la primera parte: que si el metro está muy mal, que si los rojos van a liarla, que si los nazis también, que si los monstruos siguen en la superficie, que si los oscuros ya no están… Es curioso que un juego basado en una saga de libros tenga una historia difusa y que sus personajes carezcan de carisma. Los que pueden llegar a tenerlo, no están desarrollados como es debido o no se les toma en serio. Por ejemplo, la mujer que te llama «rabbit», que es la única con cierto protagonismo en todo el juego (el resto son NPCs o strippers a las que les puedes verles el culo en el cabaret) y que parece muy dura, pero que luego termina siendo una princesa a rescatar previo folleteo post experiencia traumática.

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Por suerte, este es el único vicio de juego genérico de tiros que tiene. Desde luego, es un juego pasillero a más no poder y el mundo es gris y negro, pero eso no es lo que arruina las campañas de los Call of Duty y similares. Metro: Last Light, a diferencia de estos, vive de la ambientación, del momento y de los detalles, no de las explosiones, que también las hay. También hay algunos momentos medio scriptados, como la carrera en la que huyes de los nazis, pero son emocionantes, así que se lo perdono.

Lo que mejor sabe hacer es impactar con las cosas sencillas y con mecánicas que van a lo concreto, como el tema de la máscara de gas. La superficie de la tierra es radioactiva y el aire está viciado, luego es necesario ir con máscara de gas, cuyos filtros se gastan y que se puede romper si recibes muchos golpes. No solo eso, ahora se puede manchar de sangre y lodo, impidiendo la visión, por lo que hay que limpiarla a menudo. Algo tan tonto como apretar un botón y limpiar la máscara te mete en el juego y tanto como el sonido de tu respiración ahogada cuando el filtro llega a su tiempo límite o como el mapa con brújula. No, no hay indicadores de dirección, gracias a dios. Del mismo modo, la vida se regenera, pero poquito a poco, por lo que los botiquines son muy necesarios. Es una posición intermedia entre lo actual y lo antiguo bien bien llevada.

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A esto hay que sumar que es un juego de tiros donde no hace falta matar a una sola persona. La infiltración ha sido bastante mejorada con respecto al anterior y ahora hay golpes no mortales y un indicador de visibilidad. Los monstruos no son tan diplomáticos, y aunque se les puede atacar a hurtadillas, la única vía posible con ellos es la del machete y el tiro guarro. Y me encanta esta doble vertiente. Es divertido jugar a la infiltración y vivir momentos tensos, del mismo modo que lo es salir a la superficie, estar puteado por la falta de aire y tener que ir viendo que no te comen vivos los monstruos. Lo de no matar a gente es la única forma de sacar el final bueno. Está permitido matar unos poquitos, que nadie es perfecto, pero nada de liarse a tiros como un loco. A mi esto me parece perfecto, porque a mi me gusta jugar al escondite nazi, pero ni por esas me saqué el final bueno, que se ve que hice demasiado uso de los cuchillos arrojadizos.

El resto del atractivo del juego reside en su mundo, que curiosamente se te presenta a menudo de forma pacífica en secciones de «convivencia», donde no vas con el arma en ristre y conoces la mundana supervivencia del ser humano. Es una vida tan triste y desesperante que las balas, las buenas, las que no se han reciclado, son la moneda de cambio en las tiendas. Estas también se pueden usar en momentos críticos, porque hacen más daño; pero como dice un personaje en el primer juego «hay que tener cojones para disparar dinero a tu enemigo». El resto de la ambientación recae en los fríos pasillos del metro.

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Metro: Last Light quizá no es tan sugerente como su primera parte, que tenía un toque más místico y misterioso, y está más enfocado a la acción, si bien esta es un equilibrio entre de pasar desaparecibido y descuajeringar bichos mutantes. También es capaz de meterte en el cuerpo y la vida de Artyom, con la máscara, con el mechero, con la linterna que hay que recargar, con las conversaciones ajenas, con la tontería de que el reloj marque la hora real, etc; y esto es algo que ya no consiguen todos los videojuegos, menos aún los de tiros.

Eso sí, mataba por un nuevo S.T.A.L.K.E.R.

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