De notas y putas

Escrito por en Artículos - 13 febrero, 2013

kane

Si molas lo suficiente como para tener acceso al grupo de whatsapp de El Píxel Ilustre (no, no preguntes, no estás a la altura) ya sabrás que esta semana solo existen dos temas de conversación. Como ninguno moláis ni la mitad de lo necesario, ya os pongo yo al día. El primer tema de conversación es la inminente boda de Andresito y la todavía más inminente despedida de soltero que va a dejar Resacón en Las VegasProject X, El Guateque y la última media hora de Los Vengadores a la altura de una partida de Monopoly. El otro tema de conversación son las putas notas. La genuflexión aritmética de la cultura ante el mercantilismo. El tumor incómodo de mirar de la industria. El holocausto cultural que emocionó a Steven Spielberg.

Yo he venido aquí a cagarme en las putas notas. No me gustan las notas. No me gusta meterle veinte horas a un juego, dedicarle mucho tiempo a reflexionar muy fuerte, hacerme mis esquemitas en una pizarra metálica que tengo en mi cuarto, dibujar movidas en los márgenes y escribir un texto de dos folios para, al final, tener que resumir todas mis ideas en una cifra (¡¡¡o dos!!!) y que esos numeritos acaparen el protagonismo. Llamadme attention whore ahora, si queréis. Pero las pongo y las seguiré poniendo mientras las normas de estilo de los medios donde colaboro lo exijan. Y lo haré lo mejor que sé, aunque no tenga ni la más remota idea de cómo hacerlo bien ¿Por qué? Porque las notas tienen un porcentaje pequeñísimo del share del montón de basura que tenemos encima los que juntamos letras sobre videojuegos (o sobre cualquier otra cosa).

Las notas son feas, son una ‘imposición’ poco agradable, pero no son lo (único) que se carga la profesión. Son los textos malos, es el servilismo, es buscar del clic fácil, son las colaboraciones pagadas a 60 céntimos la pieza, son el sensacionalismo y los titulares pistoleros, es la comodidad de tener un lector de RSS como única herramienta de trabajo, son los plazos locos, es la incapacidad de distinguir entre publicidad e información, es la falta de ingresos echándote el aliento en la nuca, son los maestros que se quedan en paro. Soy yo, es Bruno, es Andrés, es Anait, es Mondo Pixel, es GamesTM, es Hobby Consolas, es Meristation, es Edge y es Kotaku. Todos, por supervivencia o por convicción, metemos la pata todos los días. Y esto pasa en cualquier área periodística. Os invito a mirar cuáles son las noticias más leídas en la web del Huffington Post, el ABC o El Mundo. O echad un vistazo a los titulares de yo qué sé qué portal de noticias de videojuegos. Ahora decidme que las críticas con nota que firman titanes como Javi Sánchez, Pablo Algaba, Eva Cid o Pinjed (podría nombrar a gente de EPI, pero esquivo la autofelación) son la muerte de la cultura ¡Ja! Que no, no son las notas.

Con esta postura, más o menos, me he defendido en el grupo del ‘guasap’. Bruno, con mucha delicadeza y mucho amor, ha dejado caer que toda esta mierda que hablo tiene algo de demagogia. Es posible que lleve razón. También me soltado un símil que me va a venir como dedo al culo: señalar que la prostitución es mala no significa que le des más importancia que a otros temas. Vaya, pues tiene razón. Pero tampoco miento si digo que a las notas se les da una importancia bárbara dentro de las discusiones sobre prensa y Doritos.

Digo que la comparación me viene bien porque la prostitución y las notas de las críticas tienen una naturaleza muy parecida. La prostitución, tal y como la vemos en las rotondas poligoneras y en la calle Montera, es un drama. La prostitución, ejercida honestamente, en libertad, sin proxenetas y con la seguridad necesaria para quienes la ejercen, no es un problema. O es un problema menos grave, yo qué sé. Extrapoladlo vosotros mismos, pero creo que está todo bastante clarito. Se pueden hacer las cosas bien y pasar por el aro de las notas.

E insisto, estoy de acuerdo con el fondo del artículo que ha atizado el debate: un número no puede resumir mis vivencias con un videojuego y tampoco debería ser el único criterio para comparar mi experiencia con la de otro tipo o introducirla dentro de un algoritmo. No comparto la posición utópica sobre los precios. A mí tampoco me gusta pensar que lo que escribo es una guía de compras, pero lo que hacemos aquí puede servir para que un lector decida si se compra o no un juego. Pensar lo contrario es tener los ojos cerrados con rabia. Escribimos sobre productos culturales y son productos caros, así que es lógico que la gente busca prescriptores y se guía por el precio. Yo también lo hago, maldita sea. Hablar de cómo deberían ser las cosas tiene poco sentido. La realidad es la que es.

Oiga, ¿y esto se cura? A mí no me miren. Tengo 23 años, llevo tres currando en medios y, obviamente, no tengo ni la más remota idea de cómo se arregla esto. Lo que sí que creo es que se puede sobrevivir a los pecados que he enumerado hace algunos párrafos y hacer las cosas bien. Hablo de periodismo, pero también de crítica. Si no lo creyera me estaría comprando una buena cuerda ahora mismo. Lleva más esfuerzo, muchas decepciones, y muchas veces uno se choca con la cruda realidad de que no hay recursos, no hay tiempo, no hay calidad o no hay apoyo para hacer las cosas perfectas. Pero si estamos hoy así es, en parte, por acomodarnos en el «no se puede». Los lectores, esos que se distraen con la nota e ignoran el texto, los mismos que pinchan en cualquier noticia de Destructoid regurgitada en castellano, se merecen más.

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