Nos gusta la mierda

Escrito por en Artículos - 10 enero, 2012


Asumámoslo, nos encanta. A los videojugadores eso de notar la mierda espesa, caliente y algo húmeda en el cielo del paladar es algo que nos chifla. Y es un gusto extraño, eh, no os creáis. Este tipo de filias no se gestan de la noche a la mañana. Lleva su tiempo acostumbrarse tanto y tan bien a la textura de las heces, pero es lo que tienen el conformismo y la fuerza de la costumbre, que al final, tras muchas cucharadas soperas y algún que otro vaso furtivo, te haces a ello. «Ni tan mal que está el sabor», llegas a pensar en un intento por restarle importancia al hecho de que, efectivamente, estás comiendo puta mierda como si fueras un cerdo.

Y no creáis que sólo nos la comemos en el desayuno, no. La mierda nos entra por la boca en todos y cada uno de los estadios de nuestra vida de videojugador. Para empezar, compramos mierda. La mayoría de nosotros, ante el resto de coprófagos muestra una actitud muy solemne en la que asegura consumir sólo productos de calidad contrastada, muy saludables y que comulgan a la perfección con nuestra excelente dieta mediterránea. Pero lo cierto es que en cuanto estamos solos y fuera de las miradas indiscretas de nuestros iguales, caemos en la tentación, acudimos al local más cercano y ordenamos un buen tazón de mierda. Así, claro, llega el fin de semana, de mes o de año, aparecen las listas de los más vendidos, y están los de siempre, los que del tazón marrón, los que hemos comprado con ese dinero que tanto nos cuesta ganar (o pedir).

Y claro, si pasamos por caja y nos llevamos el «tupper» llenito de mierda a casa, lo normal es que en cuanto lleguemos nos pongamos a meterle cucharadas. Así lo hacemos. Tenemos toda esa pila marrón delante, bastante fea, maloliente, poco práctica incluso (por aquello de que lo mancha todo), y aún así la disfrutamos. «¡No me gusta la regeneración de caca!», dicen algunos. «¡Es muy, muy, muy marrón!», gritan otros. «¡Sabe igual desde hace cinco años!, braman los más valientes. Pero al final, todos ellos, casi sin excepción, deciden que tampoco es para tanto, hunden la cuchara en el mojón, hacen palanca, y se llevan el contenido a la boca. ¡Y da igual que además de estar comiendo mierda contrastada nos aseguren sin ningún pudor que nos irán dando cacas de cabra a lo largo del año para completar el manjar! ¡Da igual! Porque también querremos llevárnoslas a la boca. Una a una. Poco a poco. Como si fuesen chucherías.

Lo peor de todo esto es que, ya sea porque nos sentimos muy culpables o porque directamente la mierda nos ha llegado al cerebro, cuando viene la hora de compartir nuestras experiencias con los demás, siempre terminamos diciendo aquello de «pues no está tan mal, eh», «para gustos colores, a mí me gusta» o, el mejor de todos, «es que para echar el rato con los amigos es la hostia». ¡No nos falta razón! No hay nada mejor, pero nada mejor, para pasar un rato con los amigochos que una buena fuente de caca espesota. De esta forma terminamos todos alrededor de la misma montaña de excrementos alabando lo buenísimos que están, mientras nos miramos los unos a los otros con cara de come mierda, y entonamos aquello del «para echar el rato con los amigos es la hostia». Tú me lo cuentas a mí, yo te lo cuento a ti, y todos terminamos contentos y con los morros marrones perdidos.

señor mojon

Claro que lo más gracioso viene a continuación, cuando todavía con el aliento oliendo muy fuerte a culo, nos dirigimos a los grandes portales culinarios en busca de la opinión de «los expertos» sobre nuestros gustos. ¡Sorpresa! Lo que nos ofrecen estos críticos no es otra cosa que… ¡Mierda! Pero bueno, a estas alturas no sólo estamos acostumbrados al sabor, sino que nos encanta. De hecho, es muy posible que acudamos a estos sitios única y exclusivamente para alimentarnos de la basura que nos ofrecen, no siendo conscientes de que con esta acción lo único que conseguimos es que la próxima vez que queramos buscar una opinión culinaria, lo primero con lo que nos encontremos sea una palada de mierda en toda la cara. Y hale, a quejarse un poco al principio y a pegarnos lametones al final.

Tampoco ayuda, supongo, el hecho de que cada vez que encendemos la televisión o visitamos una página web de LO QUE SEA, estamos viendo a montones de famosos y gente de cierto renombre comiendo heces a mansalva. A ellos, eso sí, les pagan por hacerlo y enseñarnos como lo hacen. Nosotros, sin embargo, soltamos dinero por tener el derecho de llevarnos esa caca al rostro. Pero eh, es que si X famoso está zampándose un zurullo del tamaño de la Torre Eiffel tampoco puede estar tan malo, ¿no? No claro.

Así pasa lo que pasa, por supuesto. Si los encargados de suministrarnos la comida ven que compramos mierda, que no nos quejamos de los tropezones, que terminamos alabando y recomendado lo que nos llevamos a la boca, y que acudimos a cualquier sitio en busca de nuestra dosis, ¿qué nos ofrecen? Exactamente: mierda. Es lo que tenemos porque es lo que nos hemos ganado a pulso entre todos, lo que hemos permitido con nuestra actitud coprófaga. Lloramos porque nos ponen un plato detrás de otro de la misma mierda de siempre, pero no nos damos cuenta de que casi todos pasamos por delante del plato y, como mínimo, nos paramos un momento a picotear.

Los más esperados de 2012 (Bruno)

Los más esperados de 2012 (Galious)