Análisis: Minecraft

Escrito por en Análisis - 21 noviembre, 2011


Sí, ya lo sé. ¿Cómo demonios analizar un videojuego al que llevas jugando más de un año de manera intermitente, disfrutándolo poco a poco en pequeñas dosis a medida que iba haciéndose cada vez mejor? ¿Cómo valorar un título que has visto crecer en tus brazos, que ha conseguido pasar de «fenómeno independiente para malitos de los foros» a «absoluta revolución del mundo de los videojuegos»? ¿Cómo? ¿Con qué cara yo, ahora, tras haber hablado de él en decenas de entradas, os digo que Minecraft no es lo mejor que le ha pasado al mundo de los videojuegos en muchos años? Con ninguna, porque no puedo. Porque el juego de Notch es, efectivamente, de lo mejor que te ha pasado en tu puta vida.

Cuando escribo cualquier texto, ya sea un artículo, una noticia, un análisis, una indiegencia, o lo que sea, nunca miento. Salvo, por motivos evidentes, en las «noticias del día», claro. Por ese motivo, porque no me gusta contaros milongas y gilipolleces, se me cae la cara de vergüenza al suelo sólo de pensar en escribiros un análisis del juego al uso. ¿A estas alturas os voy a hablar sobre las mecánicas de Minecraft? ¿Os voy a explicar, tras un año picando piedra, lo beneficioso que resulta ir siempre con cuidado, despacito y con buena letra? No. El propio Notch, antes de vender cuatro millones de copias de su juego, lo explicaba en su página web con un vídeo de él mismo montado en un montaña rusa. «Esto es Minecraft», decía, y se ponía a subir arriba y abajo en un puñetero vagón de metro.

Hoy Minecraft, por suerte, es mucho más. El amigo Afilamazas, hace unas semanas, explicó bastante bien lo que es de verdad Minecraft. «Minecraft es una caja llena de esos juegos de cuando éramos críos. De cuando quedarse privado mirando un coche en miniatura era un viaje a 200 por hora persiguiendo a los malos. Ese mundo abierto e infinito, toda esa naturaleza en la que aparecemos con las manos vacías, es un lienzo en blanco que llenamos con nuestra imaginación. Un estímulo de la hostia. No imaginación de esa que se usa para hacer una catedral gótica o una estatua de Super Mario, sino de la que hace que un universo funcione. De la que rellena los huecos vacíos entre la realidad y la ficción. De la que usábamos de niños», dijo por aquel entonces mi compañero. Y tenía razón.

Minecraft es tan grande y tan bueno como tú quieras que sea. Si eres un tipo solitario, tu mundo será un lugar desolado; si te gusta la compañía, encontrarás la mejor que puedas imaginar. Si piensas que eres aburrido, todo a tu alrededor te parecerá un sopor; si llevas la diversión en la sangre, hasta subir una montaña te parecerá la hostia. Si tienes el cerebro hecho una pasa, construirás pasas y gracias; si eres imaginativo, el cielo (literalmente) se convertirá en tu límite. Si eres un mierdas, Minecraft será una mierda; y si eres una persona maravillosa, Minecraft será una maravilla. Es así de simple.

Y no, no os subáis por las paredes que no estoy diciendo que si no os gusta Minecraft seáis unos mierdas, volved a leer la frase anterior. Lo que digo es que si ya lo sois (posibilidades hay), el juego lo será. Porque en la obra de Notch lo más importante es el propio jugador. El protagonista no es el maravilloso mundo infinito que se va creando bajo nuestros pies, ni los creepers, los diamantes o los portales a otro mundo, sino nosotros. Todo depende de nosotros. Minecraft es un juego en el que, al poner una mano sobre el teclado y la otra sobre el ratón, debemos preguntarnos: ¿cuánto queremos divertirnos hoy? Si la respuesta es «una puta barbaridad» estás de suerte, porque Minecraft es de los pocos juegos que puede permitirte hacerlo durante una cantidad de horas demasiado obscena para escribirla y que no se te caiga la cara de vergüenza.

Y es que Minecraft es el juego que cuando estás atravesando angostos y oscuros pasillos a decenas de metros bajo el nivel de mar, escuchando el susurro de enemigos que no ves y alumbrando cada esquina con una antorcha por lo que pueda aparecer, te hace pasar más miedo que cualquier survival horror. Es el juego que tras acabar a espadazo limpio con más de una decena de esqueletos, zombis y arañas gigantes, te hace sentir más poderoso que cualquier beat’em up. Es el juego que tras organizar tu complicada red de trampas con sistema de irrigación para recoger los objetos de los muertos, te hace sentir mejor estratega que cualquier Civilization. Es el juego que tras construir tu primer castillo, te infla el pecho con el orgullo del que junta un puzle de cinco mil piezas. Es el juego que, durante un momento, aunque sólo sean unos segundos, te hace creer que realmente tú eres el puto amo y señor de todo lo que te rodea: tanto dentro como fuera del juego.

Quizás sea por haber inventado un nuevo género, quizás por el encanto de ser el proyecto de una sola persona, o tal vez porque todo el último año de desarrollo se ha llevado a cabo con el constante feedback de la que ha demostrado ser una de las mejores comunidades de la historia del videojuego, pero el caso es que Minecraft es, a día de hoy, una de las experiencias más sobrecogedoras que podemos experimentar delante de un ordenador. Porque el juego de Notch es, y perdón por el símil zafio y gañán, como la mejor novia/o (he estado tentado a poner aquí una arroba, pero después me he acordado que no estamos en 1998) del mundo: dile lo que quieres que te haga, y te lo hará sin rechistar. ¿Un sandwich? Tuyo. ¿Limpiar el cuarto de baño? Por supuesto. ¿Sexo oral cafre? De los mejores. ¿Ayudarte a construir una catedral gótica? En un momento. ¿Salir de aventuras con tus amigos de toda la vida? Eso está hecho. ¿Hacerte feliz hasta que tú quieras? También.

La indispensable sección «crafting» de la Minepedia, aquí.
Capturas de pantalla cortesía de la awesome jugadora de Minecraft Viccarious.

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