Me gusta que me guste

Escrito por en Artículos - 29 julio, 2010

Los que llevéis ya un tiempo por estos lares sabréis que, salvo deshonrosas excepciones, por norma general suelo ser muy benevolente en mis análisis. Los dos motivos de este comportamiento bonachón detrás del teclado para con la mayoría de videojuegos son los siguientes: uno, tiendo a jugar a lo que me da la gana independientemente de que me lo hayan mandado o no; y dos, me auto sugestiono en la medida de lo posible para disfrutarlos al máximo. ¿Por qué? Porque por si no ha quedado claro con el título de la entrada, me gusta que los videojuegos me gusten… aunque a veces no sea fácil.

A veces no es fácil porque hay juegos muy malos. Juegos que por regla general intento evitar a toda costa, pero que en ocasiones me atrapan gracias a encantos tales como una publicidad engañosa, el «hype» desmesurado, la nostalgia empleada como arma traicionera, o directamente un precio muy bajo. Porque sí, amigos, aunque penséis que los redactores del Pixel Ilustre nadamos en piscinas de videojuegos regalados por las distribuidoras mientras «boothbabes» de varias compañías nos masajean la entrepierna, lo cierto es que por norma general nos tenemos que comprar los videojuegos (FUNFACT: ocho de mis últimos diez análisis salieron directamente de mi bolsillo). Y como todo el mundo sabe, no hay nada más tentador (culos aparte) que un juego barato.

Por eso, cuando debido a uno de estos motivos termino con un juego de mierda instalado en mi querido ordenador (o iPhone), me desilusiono. Me desilusiono profundamente y me pongo triste. Porque yo lo he puesto todo de mi parte para disfrutar el juego, me he entregado en cuerpo y alma al título en cuestión, se lo he dado todo: mi tiempo, mi atención y mi dinero. ¿Y qué he obtenido a cambio? Expectativas defraudadas, un producto de bajo nivel o, directamente, mierda. ¿No os sentiríais vosotros traicionados? Para mi es como una jodida puñalada en el pecho. Sobre todo cuando pienso que podría estar jugando, o lo que es lo mismo, dedicándole mi preciado tiempo a cualquier otro de los muchos juegos que tengo esperando encima de la mesa, en la cola de Steam y en la memoria del iPhone.

Dramatización de mis juegos «por jugar»

Pero como ya he dicho, normalmente no sufro este tipo de traiciones videojueguiles. Por suerte tengo un privilegio que comparto con todos vosotros, queridos lectores, y es que puedo jugar a lo que me salga de los cojones. Esto, que puede sonar bastante tonto, no lo es tanto en cuanto conoces como funcionan las cosas entre bambalinas… pero bueno, esa es una historia distinta que si queréis discutiremos en otra ocasión. El caso es que cada vez que me pongo delante del monitor a jugar es porque realmente tengo ganas de estar ahí. Cuando empiezo a darle caña a un juego nuevo soy consciente de que podría estar haciéndolo con otros veinte distintos, pero si estoy con ese en cuestión es porque tengo la esperanza de que me fascine. Mi ilusión, vaga y bastante infantil, es que cada RPG me haga sentir lo que Fallout, cada shooter lo que Duke Nukem y cada aventura lo que Monkey Island. Y creedme, a poco que se aproximen ya tienen ganado mi corazón.

Los que llevéis un par de años por aquí sabréis que el primer diez de esta santa casa fue a King’s Bounty: The Legend, un juego ruso pasto de las ofertas de cinco euros, que a mi me hizo sentir como un niño de diez años jugando por primera vez a Heroes of Might & Magic 2. Por eso mi segunda nota perfecta fue a Divinity 2: Ego Draconis, un juego quizás no sea un juego perfecto (de hecho dista mucho de serlo), pero que desde luego sí me brindó una experiencia perfecta. Una experiencia para la que, todo sea dicho, yo iba muy predispuesto, pero es que no puedo entender a esos redactores / analistas / bloggers / o lo que coño sean que juegan a juegos sin ganas, por jugar, o simplemente para salir del paso.

En el lado opuesto de la balanza tenéis mis análisis de Torchlight y Dark Void, dos juegos que, por diversos motivos esperaba como agua de mayo, y que por supuesto me defraudaron salvajemente. Ahora bien, ¿quería yo que me defraudasen? No. ¿Disfruté yo puteando los juegos en cuestión? No. ¿Me gustó dedicarles entre seis y doce horas por cabeza para conseguir una satisfacción más propia de un buen pedo que de un videojuego? Ni de coña.

AMO a este juego

La conclusión, por si acaso no ha quedado suficientemente clara a estas alturas del artículo, es que no sólo me encantaría poder decir que todo lo que pasa por mis manos es una obra maestra, sino que hago lo posible por que así sea. Que hay que perdonar un apartado gráfico lamentable, se perdona; que hay que hacer oídos sordos al doblaje, se le hace; que es necesario obviar el argumento para no pegarse un tiro, se obvia… lo que sea con tal de sacar lo mejor de un videojuego. Y si pensáis que esa no es la mentalidad propia de alguien que debe valorar de forma crítica un videojuego porque su juicio puede (o no) influir en la compra de un determinado título, que os zurzan. No me gusta la imagen del crítico gilipollas tan extendida en todos los medios y no voy a contribuir a ella. A mi los juegos me gustan, y lo más importante, me gusta que me gusten.

Análisis: Dragon Ball Origins 2

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